LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ

Alfredo Bielma Villanueva



Lejanos están ya los días en los que el hombre convivía estrechamente con la naturaleza, menos aún aquellos tiempos en los que para trasladarse de un lado a otro, así fuera en distancias no muy largas, se ocupaba buena parte del día porque los medios de comunicación, caballo, mula, carreta o la bicicleta de avanzada, no eran de los más ligeros. Entre el lodo, saltando charcos, librando hoyancos y maleza transcurría el trayecto durante el cual con bastante frecuencia aparecían la lluvia, la neblina o el chipi chipi. No era, sin embargo, pesada la jornada, no habiendo puntos de referencia para la comparación se consideraba como lo más natural de la existencia. La gripe, el catarro, el sarampión, la polio, eran los enemigos de la salud más comunes y preocupantes porque la medicina no enseñaba aún sus mejores logros. Solo en el IMSS y poco después también en el ISSSTE, entonces la aristocracia del servicio médico institucionalizado, se combatían con eficacia aquellos males; tiempos aquellos cuando los Rayos X eran la maravilla del desarrollo científico y tecnológico aplicado a la medicina.


Una época en la que caminar uno o dos kilómetros diarios era de rutina, ¿cuál servicio urbano, qué taxi? Éste último sólo para los días de fiesta, para conservar seca y limpia la ropa y libre de lodo el calzado, o por una verdadera emergencia. Entonces había tiempo para pensar durante el trayecto, la mayor parte del pensamiento la ocupaban los problemas cotidianos: conseguir la comida para el día siguiente, comprar zapatos al mayor de los hijos, hacerse de un paraguas, comprar la medicina, rescatar los centavos para el pan de la merienda nocturna, etc. Y entre las reflexiones que ineludiblemente permitía la caminata se entrometía la meditación sobre el sentido de la vida, esa cuya finitud estremece las fibras mas sensibles del ser humano y lo inclina a fomentar su religiosidad.


No había entonces mucha prisa, pudiera decirse que el tiempo importaba poco, aún no llegaba la televisión, esa encubridora sistemática de la vida del hombre “moderno”, la que lo embelesa con sus extraordinarias apariencias mostrándole en los melodramas televisivos el drama de todos los días, que el prefiere ver en la televisión para olvidar los que sufre en carne propia. En su enajenada entrega a esa llamada “caja idiota”, olvida que bastaría con voltear a sus cotidianas vivencias para verse reflejado allí pero, ensimismado como está en su fuga existencial, padece de incapacidad para reflexionarlo de esa manera.


Antes de la invasión plena del televisor en los hogares (se introdujo a la sala hogareña primero, después a las recamaras), solo el radio de bulbos traía de lejanas tierras los armoniosos aires de la música en boga. En lontananza las marimbas de Guatemala o Chiapas, captadas en banda corta, se escuchaban como envueltas en el éter porque el sonido intermitentemente iba y venía mientras la música continuaba. La música ranchera, en pleno auge porque los ídolos nacionales del momento, Pedro Infante y Jorge Negrete, expresaban con sus actuaciones en cine y su envidiable voz la vocación del mexicano promedio: ser “pendenciero y jugador”. Los ritmos modernos comenzaban a ocupar sus espacios en la radio, el charlestón sólo para los “viejitos” ya de salida, los jovenzazos bailaban el Cha Cha Chá y el Rock and Roll. Los románticos sollozaban su nostálgico sentir con la música de fondo que los tríos y los solistas del momento les entregaban (Fernando Fernández, las Hermanas Águila, Los Ases, Los Caballeros, etc.).


El cine en blanco y negro mostraba la vida en la gran capital de México, cuyos habitantes, “Los Chilangos”, eran admirados y acaso envidiados por el provinciano que desde lejos adivinaba los magníficos palacios de aquella gran ciudad de luces eternas y calles pavimentadas. Pero no todo era México, también estaba “Cuautitlan”, del que el cine llevaba la imagen del gran país de charros, del campirano, de los nopales, del maíz y del pirul, de los caballos y la pistola al cinto, del tequila y la cerveza, del pleito cantinero por una mujer, machismo en pleno, fueron las primeras lecciones de la mexicanidad que el cine transmitía.


La educación superior la representaban por antonomasia la UNAM y el Politécnico en la capital mexicana, el sueño de todo joven bachiller quien, cuando no lo alcanzaba, permanecía en su amada provincia en donde universidades como la Nicolaita de Morelia, la Juárez de la Vieja Antequera y la Veracruzana de Xalapa, hacían buena fama; en esta última la escuela de jurisprudencia competía con méritos propios con la “nacional de derecho” de la UNAM.


Aquel México de la región más transparente en la ciudad y el campo, dibujado como un cuerno al que la abundancia rebosaba; con enormes posibilidades de desarrollo porque enfrente tenía la invaluable riqueza petrolera, ya nacionalizada y explotada para que sus rendimientos fueran utilizados para sostener nuestro desarrollo. Pero todo se fue difuminando hasta revelar, 60 años después una cruda realidad en la que, de los 107 millones de mexicanos, más de la mitad son muy pobres y un 15% vive en la extrema pobreza. De nada sirvió la explotación petrolera, que no fuera para contaminar despiadadamente nuestros suelos y nuestros “espejos de agua”. Sin nada a cambio.
La región dejó de ser transparente, el campo está mas pobre que nunca; la dependencia alimentaria es absoluta porque hasta el maíz y la gasolina importamos; ríos, lagunas y mares contaminados o inundados por el lirio, todo ello conforma un panorama nada halagüeño para celebrar el centenario y el bicentenario de dos movimientos sociales que regaron la tierra con la sangre de millones de mexicanos, cuya subyacente memoria reclama a las generaciones actuales el desperdicio de su inutilizado sacrificio.


Como la esperanza es la última que muere, según gustamos en decir, anhelamos que ésta permanezca vigente y no la arrastre todo aquello que el tiempo se llevó y, sobre todo, rogamos porque no haya al interior de nuestro conglomerado nacional los elementos ni la intención de revertir el contexto social con movimientos de violencia, so pretexto de ser la única manera de salir de nuestra ya permanentemente rezagada economía de la miseria. Pero, ¿podremos salir de este angustioso trance con las recetas impuestas desde las burocráticas elites del FMI y del BMD y dócilmente aceptadas por el gobierno mexicano? Obviamente, no.


alfredobielma@hotmail.com
Octubre 2007