LÍBANO
Alfredo Bielma Villanueva


“¿Es el hombre sólo un fallo de Dios, o Dios sólo un fallo del hombre?” gustaba en preguntar Friedrich Nietzche con su acostumbrado pesimismo respecto de la bondad humana. Pareciera que finalmente tiene razón, sobre todo cuando se observa la conducta del hombre a través de los añejos siglos de su historia, de los que no ha pasado uno en el que no se haya mostrado la agresividad característica de su especie. Desde este enfoque tendríamos que coincidir que el ideal de Jesús de Nazaret, por el que sublimemente brindó su vida, no ha sido cumplido pues, a pesar de su noble sacrificio, el hombre no se ha convertido en un ser en el que como principal característica destaque la bondad y la nobleza.

¿En cuál siglo de los que registra la historia humana podemos encontrar que no hayan ocurrido sangrientos acontecimientos provocados por el ansia de dominio del hombre? De hecho, las grandes civilizaciones fueron cimentadas sobre cadáveres de quienes, vencidos por la misma razón que sus victimarios esgrimieron, sucumbieron por la ley del más fuerte. Experiencias históricas que se repiten con tal asiduidad que pudiéramos concluir que la naturaleza típica del hombre es agredir a su semejante para obtener lo apetecido.
Cuando Mahatma Gandhi logró con su perseverante tozudez la independencia de la India blandiendo el arma más terrible-la bondad, la paciencia, el pacifismo- contra la que se pueda enfrentar cualquier ejército opresor, una vez alcanzada la liberación no pudo, sin embargo, evitar la pugna interna de sus conciudadanos (Cristianos contra Musulmanes y viceversa) que terminó por conducirlo a la muerte, no sin antes increparles cuando, acusado de defender a los musulmanes en esa pugna, les expresó: “No les defiendo a ellos; os defiendo a vosotros contra vosotros mismos”.

Ejemplo de singular actualidad lo constituye la guerra en Líbano, en donde la maldad humana ha destruido -autoinmolándose culturalmente- vestigios tan importantes para la comprensión de la historia de ese ancestral pueblo, que lleva entre sus orgullosos orígenes haber sido poblado originalmente por los Fenicios, descendientes de los cananeos que habitaron lo que ahora es Israel y la actual Siria, aproximadamente 1200 años antes de nuestra era.

De allí surgió, como maná esplendente, el alfabeto, un legado que la humanidad no debía olvidar pues, adoptado por los griegos sirvió también a los hebreos y adaptaron los romanos para transformarlo en el latino.


Biblos, Sidón y Tiro, fueron tres de sus ciudades más importantes, cada una con constitución y gobierno propios y cada cual con hegemonía en diferentes periodos de tiempo, pero todas ellas impulsando el quehacer principal que distinguió a este laborioso pueblo con vocación pacifista: el comercio, que extendieron por buena parte del Mediterráneo al que convirtieron como su mejor vehículo de comunicación universal.


Después el territorio de lo que ahora es Líbano ha sido habitado por diferentes pueblos con sus respectivas culturas. Étnicamente tienen raíces entre los griegos, fenicios, asirios, árabe, romanos, etc. pero, siempre la triste coincidencia, los divide la religión. Así, mientras los cristianos se consideran descendientes de arameos, fenicios, griegos y asirios, los musulmanes prefieren considerarse de descendencia árabe.


Tal y como sucede con los Balcanes, con las variantes propias de su historia, cultura y economía, en el Líbano a pesar de habitar un territorio pequeño, la división entre hermanos es de fatales consecuencias. La guerra ha sido de pronto un lugar común, al grado de que Beirut, su capital, con todo el recurso histórico que guarda, a pesar de la riqueza cultural que sus muros y subsuelo encierran, ha sido semidestruida por la barbarie humana, despojando a la cultura universal de buena parte de ese gran patrimonio de la humanidad.


Otrora denominada la “Suiza de Oriente Próximo”, por su calidad de centro financiero de aquella región, que fue destruida por la guerra civil de los setentas entre libaneses, situación que se agravó en 1982 cuando Israel invadió las tierras de la frontera sur. Fraccionado por el sentimiento religioso Líbano ha dispuesto salvar las diferencias organizándose políticamente para que la responsabilidad de Presidente de la República recaiga en un cristiano y que el Primer Ministro sea un sunih y el presidente del senado un chiíta, buscando con este procedimiento terminar con las diferencias civiles.


Conociendo la laboriosidad histórica de este pueblo no asombra que en un territorio, mucho más pequeño (10,452 Kms.) que el ocupado por el Estado de Veracruz, (71,699 km²) llegara a tener 42 universidades; casi cien Bancos; que la proporción de médicos por habitantes sea de uno por cada diez; que el nombre de Líbano aparezca 75 veces en el antiguo testamento; el mismo número que el de Cedros; tiene 18 comunidades religiosas; hay más libaneses fuera que al interior de Líbano; el mismo nombre de Líbano como país es de los más antiguos del planeta. Privilegiado espacio, no padece el desierto; de sus montañas manan 15 ríos. Uno de los primeros pueblos en desplegar las artes de la navegación vivió en estas tierras y conocieron América antes de Colón; sus sitios arqueológicos aún guardan milenarios secretos, como en Baalbek que guarda el Templo romano a Júpiter, que ojala no sean destruidos por la barbarie del hombre. De Líbano se han escrito tantos libros que es difícil resistir la tentación de referir, así sea someramente, la magia histórica de ése espacio terrestre azotado ahora por la desgracia de la peor guerra que pueda presenciar la humanidad, de odio entre hermanos y de discordia permanente con sus vecinos.


Allah, Jehová, Dios, Siva, Visnú, con Mahoma, el Mesías, Jesús, Buda, etc. nos protejan a todos, seres de carne y hueso que por estar hechos del mismo barro actuamos según el artesano que nos formó. De allí quizá la disputa eterna del hombre entre sí, girando en el eterno círculo de la discordia para llegar finalmente al mismo lugar: la nada.


alfredobielma@hotmail.com
septiembre 2007