ANTROPOLOGÍA DE LA POBREZA

alfredobielma@hotmail.com



La lamentable tragedia que enlutó a una humilde familia jalapeña al calcinarse su vivienda con dos de sus hijas en el interior, nos lleva a recordar las inclementes condiciones de pobreza que padece gran parte de la población mexicana y que, desafortunadamente, están sujetas a este tipo de desgracias por la indefensión social en que se encuentran. Peor aún porque no hay visos que nos hagan pensar en una drástica solución de tan extendida problemática en nuestro país.


Cuando Oscar Lewis, el excelente antropólogo estadounidense, nos regaló sus extraordinarios estudios sobre la pobreza en México, en los ámbitos culturales y políticos se levantó una ampulosa polémica acerca de la investigación antropológica de Lewis, a tal grado que la Asociación Mexicana de Geografía y Estadística pidió al gobierno mexicano la expulsión de Lewis del territorio nacional, en castigo por exhibir de fea forma las tristes condiciones de vida de un importante sector de la población mexicana.


El gobierno, a través de los consabidos columnistas políticos, comentaristas de radio, televisión y revisteros adjuntos al presupuesto público, se dieron a la tarea de desvirtuar el escenario descrito en el análisis del antropólogo citado. Sin embargo, a pesar de la cruda realidad revelada en aquella investigación, para el criterio oficialista no era tan grave, a juzgar por el amplio horizonte que aún teníamos enfrente para revertir la dramática situación descrita en el libro “Los Hijos de Sánchez”.


Tiempos aquellos de diferente signo, cuando el estudio de la pobreza llegó a ser considerado como una ciencia subversiva, a juzgar por los comentarios en contra que levantó el trabajo de Lewis, acusado de conspirador y hasta de injurioso. Fue contrastante, porque este magnífico estudio de la cultura de la pobreza en México sirvió para conocer los asuntos pendientes de la Revolución Mexicana. Ante la presión de algunos sectores, el gobierno mexicano encabezado por Díaz Ordaz tomó la desafortunada decisión de suspender al Director del Fondo de Cultura Económica que había editado el libro de Lewis.

La cultura de la pobreza está representada por hechos sociales como las condiciones de vida infrahumanas, la violencia doméstica, alta tasa de mortalidad infantil, un sentimiento de desconfianza hacia la autoridad establecida y, en fin, un conjunto de condiciones sociales que implican considerables grados de marginación.

Estas condiciones se pueden dar en los márgenes de las grandes ciudades conocidos como los cinturones de miseria y en el extenso campo mexicano, ahora devastado poblacionalmente por la intensa emigración de sus jóvenes en busca del “sueño americano”.

Tómese en cuenta que el estado general de la nación mexicana en la época en que Lewis realizó su investigación etnográfica, década de los 60 del siglo XX, las gentes en el poder se ufanaban de que “la Revolución se había bajado del caballo”, significando con ello que se había avanzado hacia el progreso, dejando un poco lo rural para convertirse en el lugar de las grandes ciudades; la Ciudad de México era, sin duda, un buen ejemplo, le seguían Guadalajara, Puebla y Monterrey, ésta última como prototipo del gran centro industrial del país que seguía el paradigma americano.

Sin ánimo de parecer catastrofista, el resultado de la relectura de “Los Hijos de Sánchez” y la desgracia de la familia jalapeña a que se hace referencia, sugiere más bien un estudio del tejido social cotidiano de nuestro tiempo que una genial manufactura que data casi 60 años. Para quien peque de positivo optimismo no será fácil rebatir las condiciones de extrema pobreza con los avances que sectorialmente hemos conseguido, pero sería argumentar con verdades a medias, porque ¿qué resultado obtendríamos de una investigación antropológica, en los términos de Lewis, realizada en los municipios que mantienen muy alta marginación y en las periferias de las grandes ciudades? No se duda que la respuesta implicaría descubrir similares condiciones sociales a las descritas en aquel estudio de los años sesenta. Nos engañamos cuando intentamos olvidar que la extrema pobreza de nuestro tiempo está allí enfrente de todos.


Si juzgáramos con los criterios políticos de Aristóteles, quien afirmaba que una amplia clase media es la mejor garantía para evitar una revolución, debiéramos empezar a preocuparnos porque este estrato social se ha venido adelgazando en los últimos 25 años.


Si se nos pidiera definir a partir de cuando empezó el desplazamiento de una parte de la clase media hacia niveles de pobreza, no dudaríamos en afirmar que fue a partir del gobierno de Miguel de la Madrid cuando el espantoso crack de la bolsa dejó en el borde de la pobreza a infinidad de elementos de la clase media que, alentados por la creciente plusvalía en las operaciones bursátiles, vendía propiedades para especular financieramente con el producto de la venta. Solo que el gobierno no pudo manejar el ritmo inflacionario de la economía y esta se precipitó en una devaluación devastadora que hizo talco el valor de aquellas inversiones, arrastrando tras de sí las ilusiones de un amplio sector clasemediero.


El contraste de varios Méxicos se radicaliza entre la opulencia y la extrema pobreza. El primero, registrado en el último número de la Revista News Week que señala que 20 familias mexicanas concentra el 10% del PIB presentando una lista de los hombres más ricos del país; el segundo lo encontramos en los multifamiliares o unidades habitacionales de interés social y en las chozas de los campesinos. Qué bien que haya ricos en nuestro país, sirve de aliciente a quienes trabajan arduamente para conseguirlo, pero en nuestras condiciones son referencia para atestiguar la enorme desigualdad de ingresos y la in equitativa distribución de la riqueza y de satisfactores, lo que conforma un caldo de cultivo para la inconformidad social, que no por hervir lentamente debe dejar de preocuparnos.


Noviembre 2007