CONTINGENCIAS SINIESTRAS Y CORRUPCION

Alfredo Bielma Villanueva


Una vez repuesto y emergido del estado cataléptico en el que pareció yacer durante las primeras horas posteriores al gran sismo que asoló a la Ciudad de México en 1985, el presidente De la Madrid soltó, con acentuado bouquet a retórica, la frase: “México es más grande que sus problemas”, que después fue repetida con tufo demagógico hasta el cansancio por los cuadros directivos para referirse a la superviviente crisis económica que trajeron las pésimas administraciones gubernamentales y la implantación del neoliberalismo en México.


Es manifiesto que la frase era solo para consumo político y para arrancar forzados aplausos porque el país, todos lo sabemos, conoce que nuestros recursos financieros son exiguos comparados con el enorme reto que representa la solución de los grandes problemas nacionales. Para acabarla, a estos últimos habría que agregar el de la corrupción, un fenómeno moral que azota al país desde tiempos inmemoriales y que corroe ácidamente las entrañas de nuestro sistema político, adicionalmente acompañada con la enraizada incompetencia de los servidores públicos, indefectiblemente demostrada cuando de cumplir con su responsabilidad se trata.


Cuando se suscitó el terrible sismo de 1985, de inmediato se manifestó la tradicional solidaridad mexicana. De todo el territorio nacional llegaron toneladas de ayuda para paliar los daños causados por el desafortunado evento. Frente a la inmovilidad gubernamental, miles de capitalinos tomaron la iniciativa para organizar el recate de lo rescatable; niños que llevan en su nombre el recuerdo amargo de aquel cataclismo fueron salvados por la intrepidez de cientos de improvisados rescatistas, héroes anónimos que desinteresadamente arriesgaron sus vidas para salvar la de sus semejantes en desgracia.


En medio de la tragedia, el denominador común fue el reclamo de quienes aportaron su ayuda para que esta fuera canalizada a través de la Cruz Roja haciéndola llegar a quienes realmente la necesitaban. Pasada la emergencia, se elaboró un censo de los edificios que resultaron dañados y que debían ser demolidos o reforzados en su estructura.


Como siempre ocurre, se organizaron rondas de discusión en la TV y la radio, foros en los que se comentaba y explicaba el origen del fenómeno telúrico y se hacía hincapié en el fenómeno social de solidaridad a que dio lugar. Se buscaban y señalaban culpables de la tragedia; también se explicaba que, dadas las características geológicas del subsuelo capitalino, habría en la década de los 90 otros estremecimientos de igual o mayor magnitud que el ocurrido. El hecho de que no haya sucedido no implica la desaparición del riesgo, que por cierto es latente.


Se formularon manuales de rescatistas y de evacuación; se probaron alarmas que alertan a los habitantes del DF de la proximidad de un sismo a partir de su epicentro. Fueron derribados algunos-solo algunos- de los edificios considerados de alto riesgo, pero la inmensa mayoría aún sigue en pie y, lo que es peor, habitados o acondicionados como bodegas o talleres. A otros, no pocos, se les maquilló y fueron vendidos como departamentos seminuevos. ¿Qué ha hecho la autoridad a este respecto? Nada. Si por desgracia se reprodujeran los siniestros del 85, quienes padezcan la ocasión se enterarán por los comentaristas del momento, con detalles actualizados de aquel desastre, de cuáles fueron las graves omisiones de los encargados de cumplir con la encomienda de derribar los edificios más dañados, a la vez que se preguntarán por el destino del presupuesto aprobado para tales menesteres. Al final, como suele suceder, después de los lamentos de rigor, nada más se hará.


Cualquier semejanza con lo que ahora ocurre en Chiapas y Tabasco será mera coincidencia, pues, como se observa, ya hay cuestionamientos acerca de los programas y recursos destinados para la construcción de obras de infraestructura hidráulica que la federación debió hacer en estos Estados para evitar las grandes inundaciones. Como en el 85, ahora se intenta buscar culpables, que ciertamente los hay; se preguntan por doquier del dinero presupuestado y ejercido en obras que para nada tuvieron que ver con el destino originalmente asignado; de las aportaciones de PEMEX nadie sabe informar.


Hoy, como ayer, se habla de la actitud solidaria del pueblo mexicano ante la desgracia del semejante, y al igual que antaño también se discute y vigila el destino final de la ayuda humanitaria, todo porque el signo trágico de la corrupción institucionalizada no ha desaparecido.


Pero no todo en el pantano es lodo, es rescatable el denominador común que existe entre la desgracia del 85 en el DF. con este desastroso aluvión del 2007 en territorios del sureste: a las muestras de solidaridad del mexicano se aúna la siempre oportuna participación del Ejército nacional, cuya presencia alivia e impone el necesario orden que se requiere en estos casos.


Por otro lado, no se pudo evitar que la ayuda se politizara, como desafortunadamente está ocurriendo, tampoco el que la miseria humana se traduzca en actos de rapiña o en actitudes como las de los lancheros que aprovechan la desgracia-que también es suya- para lucrar; una muestra de que la condición humana es inexplicablemente paradójica, va de la cumbre a la sima.


Ya se desbordaron los ríos y las represas causando un considerable daño en el patrimonio de cientos de miles de connacionales, ahora habrá que estar atentos para evitar que tras la tragedia haya desbordamientos sociales, para los que no se ve que haya diques que los contengan. A pesar de que, como solía decir un genio perverso de la política: “en México no pasa nada y cuando pasa, nada ocurre”.


alfredobielma@hotmail.com
Noviembre 2007