20 DE NOVIEMBRE,
¿QUÉ CELEBRAMOS?

Por Alfredo Bielma Villanueva


Durante el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, el senado de la república aprobó en 1936 el decreto que estableció como festejo nacional el aniversario del 20 de Noviembre, en ofrenda al Movimiento Revolucionario de 1910. La conmemoración consistiría en un desfile deportivo para expresar el espíritu pacifista del pueblo mexicano.

En octubre de 2006, durante la presidencia de Vicente Fox, último año de su mandato, el vocero presidencial anunció que ese año y todos los subsecuentes ya no habría desfile; en su lugar se realizaría una ceremonia “cívica en Los Pinos que se apegue a una nueva cultura ciudadana y a la pluralidad democrática que se vive”. Así, por decreto tal cual nació, se cancelaba la celebración que durante 76 años se organizó para evocar el aniversario de la Revolución Mexicana.

Dos visiones diametralmente encontradas respecto de un trascendental acontecimiento que provocó un millón de muertos, pero a cambio sembró la ilusión de mejoras sociales y económicas en el ánimo de todos los mexicanos. Muchos años después, lo paradójico es tener que preguntar ¿ahora, qué celebramos? ¿Acaso es sólo una fecha histórica sin contenido social? Para encontrar la respuesta habría que analizar con seriedad si se ha cumplido con las aspiraciones de quienes iniciaron aquel movimiento social: La Reforma Agraria, el Derecho al Trabajo, a la Salud, a la Educación, a la Convivencia Pacífica.

Por supuesto que México ha cambiado; desde luego que hemos avanzado; claro que vivimos en paz, pero ¿lo alcanzado justifica el sacrificio que todo un pueblo ha hecho para conseguirlo, sobre todo considerando los años de su desempeño y que somos un país petrolero?

La referencia a 1910 es en cuanto al inicio del movimiento armado pero todavía hubieron de pasar varios años más para encontrar el sosiego suficiente que propiciara la verdadera transformación, lo que empezó precisamente en 1934 cuando Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia de la república. Escrito lo anterior sin menosprecio de las gestas heroicas de Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón y del gobierno Callista que enfrentó a la rémora del movimiento cristero y sentó las bases para encauzar por vías institucionales los cambios de gobierno.

No son pocos quienes coinciden al afirmar que después de Cárdenas se torció el rumbo de la Revolución y que con tumbos sexenales a duras penas pudo concretar, sin concluir, la Reforma Agraria, por ejemplo. Porque a partir de 1982 la Revolución pasó a ser solo una referencia histórica para los gobiernos del neoliberalismo que desembocaron en la decisión foxiana de suspender en 2006 los tradicionales festejos. Realmente 1982, inicios del gobierno de Miguel de la Madrid, marca una línea bien definida del antes y después. Ese antes que José López Portillo distinguió cuando afirmó que él sería “el último presidente de la Revolución Mexicana”.

Durante el periodo que podemos llamar revolucionario en nuestro país las exportaciones de materias primas reportaban elevados ingresos de divisas que sirvieron para comprar bienes de capital para coadyuvar con el desarrollo industrial. Obviamente teníamos capacidad para satisfacer la demanda interna de alimentos de una sociedad cuya población aumentaba aceleradamente, de la misma manera en que se convertía de rural a urbana. Era el periodo de la economía mixta, con fuerte acento proteccionista, de elevada rectoría del Estado en la Economía.

Después de aflojar los controles del Estado en la Economía, iniciado por de la Madrid, vino la firma del TLCAN en 1994. Entonces, a contracorriente de lo que hicieron los EU y la Unión Europea, el Estado Mexicano se olvidó del campo. De repente se suprimieron los programas de fomento sectorial y la inversión pública en el ramo agropecuario disminuyó 92.8% entre el trienio 1980-1982 y el trienio 2004-2006. Para acabarla, como por encanto, se hicieron raquíticas las reinversiones en PEMEX con el torvo ánimo de llevarlo a la quiebra para justificar su privatización.

En cuanto a crecimiento económico no pasamos de un pírrico 2.5%, o, con suerte lleguemos al 2.8%, contrario al 7% de crecimiento que nuestra economía sostuvo en los años previos al neoliberalismo con el modelo de desarrollo estabilizador. Y nada comparable con el 8% de crecimiento de la economía Argentina que, aparte de la envidia, debía apenarnos al recordar que ése país hace sólo diez años sufría la más terrible crisis económica de su historia, que ni para comprar comida tenían.

Las cifras que engordan el optimismo oficialista mexicano dicen que en los primeros 6 años del presente siglo México obtuvo 167 mil 424.1 millones de dólares en inversión extranjera; que nuestros sufridos emigrantes enviaron al país que no pudo retenerlos 146 mil 165 mmd y que los ingresos por el petróleo exportado ascendieron a 237 mil 334.5 mmd, es decir, un total de 550 mil 923.6 millones de dólares. Cantidad esta última que se antoja increíble que haya sido captada por una nación cuyos gobiernos no supieron capitalizarla en provecho de su pueblo, en el que se cuentan millones de pobres, muchos de ellos en condición extrema. (Según informe del Copladever: setenta mil veracruzanos emigran y Veracruz recibe cerca de mil 500 millones de dólares en remesas este año, casi cien millones más que en 2006).

Bajo estos truenos se le ocurre al presidente calderón declarar que, pase lo que pase a la economía de los EEUU, la nuestra no padecerá las consecuencias; obviamente es un sofisma lo expresado por Calderón pues, fatalmente uncidos a aquella economía es obvia la repercusión; si esta llegare ya se inventarán explicaciones.

Mientras nuestros emigrantes expulsados de su país por la extrema pobreza “celebran” el 22 de Noviembre en los EEUU el “Día de Acción de Gracias”, en México, con estos antecedentes, ¿Qué celebramos el 20 de Noviembre?

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