PRI HISTÓRICO

Por Alfredo Bielma Villanueva



Entre sus muy variadas características el Partido Revolucionario Institucional se distingue por la riqueza de su recurso humano y, a diferencia de sus contrapartes, no enfrenta problemas en el momento de escoger a quien lo dirija. Esto último, débese aclarar, no necesariamente significa prestancia democrática o que cualquiera que lo encabece por ese solo hecho se distinga por su destreza o sabiduría política; por supuesto, en el renglón de los conceptos habría que detallar qué se entiende por destreza y si esta se refiere a conjugar marrullería política con luces intelectuales que permitan pensar más allá del simple interés partidista. Porque, crease o no, dirigentes ha habido que no leen un libro, ni de cocina pues.

A nivel de dirigencias nacionales pudiéramos recordar a viejos zorros de la estrategia política: al versátil General Alfonso Corona del Rosal, al beligerante Carlos Madrazo Becerra, al talachero Alfonso Martínez Domínguez, al afanoso Lauro Ortega, al trapacero Carlos Sansores Pérez, formados al calor de la política militante y trepadora, provenientes de un esfuerzo al que la combinación de las circunstancias les fueron acomodando el ascenso. A contrario sensu, dirigentes como Jesús Reyes Heroles y Porfirio Muñoz Ledo asentaron tesis y simultáneamente dirigieron un partido político con la diversidad clasista del PRI, de estos últimos realmente este partido ha tenido pocos.

Sin embargo, no debemos soslayar que las dirigencias del PRI estuvieron fuertemente matizadas por el estilo del presidente de la república en turno, de quien finalmente dependía su permanencia en el cargo. En estricto apego a la verdad histórica, de entre los más destacados presidentes del CEN del PRI: Carlos Madrazo Becerra, Alfonso Martínez Domínguez, Jesús Reyes Heroles, Porfirio Muñoz Ledo, Jorge De la Vega Domínguez, Luís Donaldo Colosio, etc. ninguno de ellos accedió a la alta dirigencia por méritos de militancia sino por la voluntad presidencial que los encumbró, sin menoscabo de sus antecedentes- nutridos o escasos- en la talacha partidista. Al relevante Jesús Reyes Heroles no le valieron sus dotes de ideólogo partidista para eludir el imperio de la voluntad presidencial, indicativa a leguas de que el verdadero líder del partido estaba en Los Pinos; sobre el particular ¿quién no recuerda aquel “primero el programa y luego el candidato” que predicaba Reyes Heroles, precisamente cuando le enteraron que se había destapado a López Portillo como candidato del PRI a la presidencia?

Es el PRI toda una institución política cuya vida, con todos los defectos y virtudes que se le pudieran atribuir, va aparejada a la historia del México del siglo XX. Durante décadas su diseño funcionó a la perfección, hasta que devino su desfase respecto de la realidad apartándose de las causas que decía defender para convertirse abiertamente en ciego y fiel instrumento de los gobiernos, destacadamente de Echeverría hasta Ernesto Zedillo. No podía ser de otra manera, porque su plasticidad no le alcanzó para convertirse y adaptarse desde el populismo echeverrista a la concepción tecnocrática que implementó el modelo económico neo-liberal; ¿cómo hacerlo sin rasguños al pasar de una economía cerrada, con elevada intervención del Estado a la globalización económica; de resistir los efectos del movimiento estudiantil del ´68; de transitar por la conflictiva elección de 1988 y resistir los efectos del movimiento Zapatista de Chiapas aparejado con la muerte de Colosio, y sincrónicamente explicar la entrada en vigor del TLC?

Con esas crisis el PRI llegó a la elección del año 2000, justo después de inciertos seis años durante los cuales seis personas encabezaron sucesivamente su Comité Nacional, mientras el líder real profesaba públicamente la “sana distancia” del partido que lo había llevado a la presidencia. Obviamente sobrevino el desconcierto y como lógica consecuencia el partido extravió la brújula, pues nunca había caminado sin la consigna presidencial; el resultado: perdió la elección del milenio que comenzaba. De allí a la transición.

Una década ha transcurrido y el PRI se ha acomodado como ha podido a las circunstancias: ya no depende del autoritarismo presidencial, y aunque está en una muy suigéneris oposición, gobierna en 19 de las 32 entidades federativas. Al estallar el presidencialismo autoritario hubo un corrimiento de aquel poder epicentrito hacia los titulares de los gobiernos estatales, ahora convertidos en el factor que determina las candidaturas de su partido a cargos de elección popular. Por cierto, este policentrismo ha sugerido la hipótesis que postula que a los gobernadores priístas no les conviene un presidente priísta.

Es una concepción errónea porque no discurren que, en y por la alternancia, el federalismo ha ganado espacios al redistribuirse las porciones presupuestales que corresponden a cada orden de gobierno; se soslaya también que ha habido importantes cambios institucionales y una muy diferente relación entre los poderes de la federación; que ya no es el Legislativo un poder dependiente del presidente en turno ni el Poder Judicial permanece sometido a sus dictados. Se olvidan de la subrayada pluralidad y la diversidad social que existe en el México de hoy. Adicionalmente, recordemos que, como producto de la transición, ha surgido la partidocracia, es decir, la forma en cómo se toman las decisiones en el Poder Legislativo a partir de los reductos partidistas.

Con base en este panorama no es imposible visualizar cuál será el proceso que prevalecerá en el PRI para llegar a la elección federal del próximo año. Al igual que hace seis años, al no existir un actor que centralice la decisión de la candidatura priísta, esta se está polarizando entre Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones. El primero lleva una aparente ventaja porque su precandidatura ya es abierta y se ha ido forjando en los medios de comunicación una imagen de seguro ganador; algo muy parecido a la percepción que se tenía en el 2006 respecto de Andrés Manuel López Obrador, quien finalmente no alcanzó la banda presidencial.

Durante la hegemonía priísta, el presidente de la república polarizaba las diferencias y era un factor de unidad, “el que se movía no salía en la foto”, pero una vez definido un nombre la “cargada” devenía casi unánime. De allí que la divisa fundamental al interior del priísmo siga radicando en la unidad, en este caso de su nomenclatura, y que esta logre trascender sus dictados al mayor número de gobernadores priístas. Por eso la importancia de estados como Veracruz, cuyo padrón electoral atrae a los estrategas políticos, desde Salinas de Gortari, Peña Nieto y Beltrones, pasando por Moreira; sin olvidar al lobo feroz, Felipe Calderón, muy pendiente de su presa; un apetitoso bocado ubicado en un escenario en el que participan muchos actores políticos. Pero eso es otra historia.

alfredobielmav@hotmail.com

Marzo 2011