RENUEVOS

Por Alfredo Bielma Villanueva



Para nadie es un secreto que en materia política en México siempre ha existido la irreprimible tentación de conservar el poder, ya por sí, ya a través de interpósita persona. Por esta tendencia de origen cultural se ha especulado que no pocas transiciones sexenales tuvieron origen en ése propósito. Históricamente estuvo en la intención de Carranza por dejar como sucesor al Ing. Bonilla; poco después en la voluntad de Obregón al decidir en 1923 por Calles y no por De la Huerta, y mas tarde, muy manifiestamente cuando Calles designa a Pascual Ortiz Rubio y no a Aarón Sáenz como el candidato a presidente de la república para concluir el sexenio que debía haber iniciado Obregón en 1928. La misma hipótesis se presumió cuando Alemán decidió por Ruiz Cortines, Echeverría por López Portillo y Salinas por Zedillo. Suposiciones que en los hechos tuvieron resultados diametralmente opuestos.


Tal vez por esa larga tradición histórica, en los tiempos que corren se especula sobre las razones que motivan al gobernador veracruzano para impulsar sin cortapisas la candidatura de quien fuera su hombre de confianza en el manejo de las finanzas públicas de su gobierno. Porque para nadie es un secreto que, aún durante los años en los que el experimentado Rafael Murillo estuvo al frente de la Secretaría de Finanzas, quien realmente operó los egresos financieros fue el Lic. Duarte de Ochoa. Esta realidad hace que en la vox populi circule el comentario de que el verdadero interés por hacerlo candidato a sucederlo radica en razones de carácter financiero, obviamente sin demérito de las del orden político; en cuyo caso algo verá el gobernador que los ciudadanos comunes no alcanzamos a avizorar.


Hasta aquí las suposiciones de carácter Administrativo -financiero que pudieran dar luz al porqué se puja por una determinada candidatura al gobierno del Estado.
En base a este antecedente se trasluce la causa eficiente que motiva el propósito para promocionar la candidatura priísta privilegiando las aspiraciones de sólo uno de los pretendientes. Los decibeles de la especulación se incrementan cuando recordamos que el Estado de Veracruz es un apetitoso bocado político-electoral que el gobierno panista de Felipe Calderón quisiera engullirse. Los motivos para ello abundan y son más que evidentes, sobre todo como estrategia para la elección federal del 2012, dejando al frente a un eficaz operador político que suceda a una administración con la cual existe una relación carente de la más mínima compatibilidad.


Pero, por su lado, ¿hasta qué grado el gobernador ha medido la realidad política en la que se mueve? ¿Será, como dicen, que ya perdió el piso y supone que para ganar la elección que viene es suficiente con su imagen de gobernante cercano a la gente? Sin dejar de reconocer su experiencia electoral, para nadie escapa que poco a poco el ambiente se le ha venido descomponiendo al PRI, ya no sólo por la competencia por el gobierno estatal, sino por las enconadas posiciones de los aspirantes a alcaldes. Agréguese además otro factor externo, como el que Ulises Ruiz, el gran operador electoral del PRI en la actualidad, en esta ocasión estará ocupado defendiendo su propia sucesión y requerirá de su ejército de operarios.


Una variable más es que en la candidatura priísta el gobernador no es el único que decide, pues en ese proceso participan otras voluntades, entre ellas la nomenklatura priísta, que por cierto no se refiere exclusivamente a la dirigencia nacional visible. A estas alturas todo tipo de elección está en función del futuro electoral del PRI, y quienes lo dirigen a nivel nacional seguramente no repararán en regatearle al gran elector estatal, del Estado de que se trate, cuando su propuesta no reúna las características necesarias para ganar.


No se requiere de mucha experiencia en lides políticas electorales para deducir que el perfil del candidato priísta para Veracruz requiere de algo más que del apoyo- sin duda necesario- del gobernador en turno. A la anuencia del gobernador, debe sumarse la experiencia personal, la madurez política, la cercanía y aceptación de los factores regionales y municipales de poder, condiciones que por sí debe reunir todo aspirante al gobierno del Estado. Bien por quien o quienes las sustenten, porque enfrentará a una oposición que indudablemente presentará candidatos con probada aptitud para estos menesteres. Sería harto infantil sugerir que un gobernador del perfil de quien gobierna Veracruz no estuviera enterado de ésa más que obvia contingencia. La encrucijada es un verdadero interrogante que en algunas semanas más será dilucidado. ¿Para qué adivinar lo que el tiempo y las circunstancias dictarán?


alfredobielmav@hotmail.com


Febrero 2010