XALAPA “MODERNO”

Por Alfredo Bielma Villanueva


La incursión de los empresarios en la política militante no es un fenómeno nuevo en México, sobre todo en el norte de la república cuando después de la locura echeverrista que llevó a la invasión de las feraces tierras del Yaqui y del Mayo, se decidieron a participar para contrarrestar los estropicios que causaba la entonces omnipotente clase política, tradicionalmente chambista y corrupta. Fueron los hombres de empresa un ariete del PAN en el ascenso a diversas posiciones electorales y de gobierno, ellos requerían de una franquicia que les propiciara la participación política en los órganos públicos y, además, de la estructura que les facilitara el triunfo. Manuel Clouthier en Sinaloa y Barrio Terraza en Ciudad Juárez son los casos clásicos de empresarios con origen priísta que, inconformes, se lanzaron para hacer oposición en contra de la hegemonía monopartidista.


Surgieron otros casos, Canavati en Monterrey, Masso en Torreón, Correa Rachó en Mérida, Gerardo Poo en Veracruz, etc., empresarios todos ellos que, estimulados por diferentes propósitos, incursionaron en administraciones municipales y estatales y demostraron, con sus diferencias de matices, que era posible gobernar en otros términos que no fuera necesariamente el ejercicio patrimonialista del poder. En Veracruz la primera experiencia que se recuerde es la de Gerardo Poo en la administración de un municipio de la dimensión del primer puerto de la república. Orientado por el gobernador Acosta Lagunes, el alcalde-empresario secundó las intenciones del ejecutivo estatal y lograron sembrar los cimientos de la modernización de lo que ahora conocemos como la conurbación de más explosivo crecimiento urbano en el Estado. Dante Delgado reimpulsó eficientemente el proyecto y los frutos ahora son fácilmente observables.


En 2004 el Partido Revolucionario Institucional, en una situación de verdadero apremio frente al deteriorado prestigio de los políticos, en Xalapa tuvo que echar mano de un candidato auténticamente surgido de la sociedad civil. Un empresario cuyo perfil lo definía más panista que priísta, pero que tuvo la virtud de mantener su candidatura al margen de la identificación con el partido que lo postulaba. Ricardo Ahued fue lo que se puede calificar como un candidato ciudadano, pues hubiera obtenido la victoria independientemente del partido de su postulación. Fue aquella elección más que difícil para el resto de los candidatos, incluso los aspirantes al gobierno del Estado y, no cabe duda, que en Xalapa Ahued remolcó la candidatura de Fidel pues Convergencia sumó en esta capital un buen número de votos a su favor para Dante Delgado y para Armando Méndez, quien acarreó para su causa poco más de 50 mil sufragios que en otra contienda que no fuera esta le hubieran dado el triunfo para la alcaldía.


En esas circunstancias, en 2007 el gobernador (el PRI) decidió repetir la experiencia con otro empresario que, aunque de más bajo perfil político que Ahued, dicho esto sin ánimo de confrontación, orientado por las directrices giradas desde el palacio de gobierno, se pretendía seguir el curso de una administración municipal honesta y de resultados. Lo cierto es que para que obtuviera el triunfo el actual alcalde se le desbrozaron todos los caminos de la oposición, desde Convergencia, en donde Dante Delgado no opuso resistencia, y desde el Palacio de gobierno donde maniobraron para dejarle el campo libre a un candidato que, ciertamente, con una oposición mejor perfilada se las hubiera visto negras.


Para conocer hasta qué grado se están cumpliendo en Xalapa los pronósticos de una administración eficiente depende del resultado de la evaluación del costo-beneficio. Lo cierto es que el alcalde está haciendo su lucha y ni duda cabe que la hace con los mejores deseos de salir bien librado de una responsabilidad para la que quizás no estaba preparado. Su problema más bien estriba en querer clonarse hablando de una obra cuya dimensión en la realidad está muy retirada del discurso. A la sociedad ya no se le sorprende fácilmente, mucho menos en una colectividad reflexiva y enterada como lo es la que habita en la capital del Estado.


Casuísticamente podemos ejemplificarlo en la m0desta y casi hasta sigilosa inauguración del tramo “remodelado” de la avenida Ávila Camacho de esta muy sufrida ciudad capital. Una obra sencilla pero ciertamente muy cara para estos tiempos en que debiera manejarse con más prudencia y responsabilidad el dinero público. Después del magro evento, casi vergonzante, no se ha hablado más de la famosa remodelación que con tanta enjundia se profetizaba en el sentido de que situaría a Xalapa como una de las ciudades más modernas de México (¡!) por su nuevo atractivo turístico. Si bien se recuerda, las obras incluían entre otras bondades el cableado subterráneo, lo que ya será para otra ocasión porque tal hecho no aconteció. De todos modos los colgajos de cables siguen allí como constancia y recordatorio de la incongruencia entre el decir y el hacer; el parto de los montes no estaría mejor representado.


Los problemas urbanos de esta gran ciudad diferidos por administraciones anteriores deben ser tratados con la seriedad del caso por las autoridades encargadas de administrar sus recursos y su destino colectivo. Cierto es que los enormes problemas de vialidad que padece Xalapa no podrán ser resueltos en sólo tres años y la puesta en marcha del programa de movilidad urbana es un buen intento pues algo se tiene que hacer para empezar a solventarlos.


Pero una ciudad con el número de automóviles que tiene Xalapa demanda de algo más que medidas que a estas alturas resultan sólo arreglos cosméticos. Requiere de vialidades nuevas para dar curso a 150 mil automotores que diariamente circulan por sus estrechas y empinadas calles y avenidas. Si bien por el momento no podemos aspirar a la “modernidad” si sería bueno que al menos se diseñara un Plan con visión a corto y mediano plazo que incluya, primero, tapar los innúmeros baches que existen; segundo mejorar el pavimento de avenidas como 20 de noviembre y otras que están para llorar, tercero, pavimentar calles que, o están empedradas y dificultan el paso de vehículos o no se utilizan por falta de orientación vial. Pero lo que se requiere como cirugía mayor es la construcción de vías de circunvalación por el poniente y el oriente que lleven rápidamente de norte a sur y viceversa. Cuesta mucho dinero, pero valdría el esfuerzo y de esa manera se haría congruente el discurso con la realidad.


Lo demás es cuento chino, porque Villahermosa o Tuxtla Gutiérrez, por ubicar capitales de Estados pobres como Veracruz, nos aventajan en demasía en ése ramo; para no citar a Puebla, de la que urbanísticamente estamos a millas de distancia, casi en paralelo con el número de vías rápidas que allá tienen y de las que nosotros carecemos. No hagamos ilusiones vanas de pretender “magnas” obras, como la famosa Cruz Eólica gigante anunciada por el alcalde del puerto jarocho como “símbolo mundial de Veracruz”, que vendría a ser algo así “como la estatua de la libertad de Nueva York, la Torre Eiffel o el Museo Guggenheim en Bilbao”. Algo parecido a la famosa araucaria de fierro que se ha pretendido convertir en símbolo de Xalapa, cuando aquí tenemos al gran Macuiltépetl como natural logotipo que evidentemente nos sobrevivirá tal cual ha subsistido pese a tantos delirios de torpeza.


alfredobielmav@hotmail.com
Enero 2010