VOLUNTARISMO POLÍTICO

Por Alfredo Bielma Villanueva



Corren por la Internet un sinnúmero de comentarios acerca de las intenciones reeleccionistas del gobernador veracruzano; algunos sin pies ni cabeza, otros más serios merecen reflexionarse por cuanto a que forman parte del proceso para renovar los mandos políticos en la entidad, un asunto que a todos nos involucra y debe interesarnos por cuanto a que se trata de nuestro destino colectivo. Entiéndese que los supuestos de esa “reelección” parten de a) la idea de que Javier Duarte sea el candidato del PRI al gobierno estatal, b) que obtenga el triunfo electoral y c) que, ya como responsable del mando, acate sin reserva ni titubeos las instrucciones del antecesor. Tres hipótesis, y como tales habrá que tomarlas hasta que la demostración las confirme o desvirtúe. Por lo pronto, sirve para recordar someramente un capítulo de nuestra historia relativo al tema:


La Constitución de 1857 otorgó el derecho, y también como obligación, al voto a todos los varones mayores de 21 años en un pueblo conformado en su mayoría por analfabetas e ignorantes que pululaban en la miseria. En base a ese mandato de la ley se organizaron elecciones a cual más fraudulentas, como bien lo describió el jurista Emilio Rabasa (1856-1930): “como el sufragio universal era un mandato de la Constitución y un imposible en la práctica, tenía que fingirse para guardar las formas, había que llevar a las casillas electorales a ciudadanos autómatas, para lo cual debían intervenir las autoridades y sus agentes inferiores; de modo que para las ritualidades de la ley, sin las que no hay elecciones, y para hacer la elección, sin la cual no hay gobierno, la de aquél hombre de inmensa popularidad (Juárez) tuvo que verificarse por medio de la superchería que atentaba contra las leyes, que menoscababa la autoridad de Juárez y que enseñaba para lo sucesivo el camino del fraude electoral”.


Para nadie que frise los cincuenta años será un secreto que esa situación permanecía vigente en México todavía en la década de los 70, y aún hasta los noventa, si se considera que fue a partir de la creación del IFE cuando el gobierno dejó de organizar y de calificar las elecciones federales y de todo tipo. Esa es a grandes rasgos la dimensión de nuestro atraso político. Allí podemos encontrar la explicación del porqué nuestros viejos políticos aún mantienen en sus mentes la idea de que nada ha cambiado y de que por lo mismo pueden operar con la impunidad cívica, política y electoral que les dio personales frutos a su trayectoria personal.


Don “perfidio”, le decían a Porfirio Díaz cuando iniciaba su tercer periodo de gobierno (1888-1892). El mote provenía de la sutileza con la que actuaba para deshacerse de sus enemigos; que sólo era la más benigna porque la otra representaba la eliminación física sin miramiento alguno, tal como se manifestó en el “mátalos en caliente” que instruyera al gobernador de Veracruz Luís Mier y Terán en 1879. Era un secreto a voces la manera en cómo “don perfidio” se había deslindado de su “querido” compadre, el expresidentes Manuel “el manco González”, a quien había mandado acusar de peculado en la Cámara de diputados induciendo para ese propósito al Gran Jurado del cuerpo colegiado de tal manera de menguarle posibilidades a sus aspiraciones de volver a la presidencia.


“Mucha administración y poca política”, era el lema del gobierno porfirista, ello significaba domesticar las ambiciones políticas de sus adversarios a las suyas, sembrando la división entre sus enemigos y maniobrando para mantener sujetas las ambiciones de los caciques, jefes militares y cabecillas locales otorgándoles prebendas y corrompiéndolos para hacerlos de su lado. “Pan y palo” era la espada de Damocles para quienes asomaban la cabeza intentando oposición, muchos obedecían al instinto de conservación y prefirieron someterse a los dictados del gobernante a cambio de las suculentas prebendas que éste les arrojaba. Años después, ante Creelman, el tuxtepecano justificó su estrategia: “La experiencia me ha convencido de que un gobierno progresista debe tratar de satisfacer las ambiciones personales tanto como sea posible, pero de que al mismo tiempo debe poseer un extinguidor para usarlo sabia y firmemente cuando anden con demasiada viveza, con peligro para el bien común”. El bien común lo personificaba él, por supuesto.


La destreza de Díaz para manejar sus relaciones con la prensa lo habilitó para hacerse de una imagen de semidios, pues para cuando tomó posesión del cargo en su tercer periodo de gobierno (1888-1892) hasta el tintineo de las campanas de la catedral sonaba como música celestial al anunciar la permanencia en el poder de quien, según sus lanza flores en la prensa, era el salvador de México convertido ya, según la lisonja quincenalmente pagada, en un país próspero, como cuerno de la abundancia. “¿Qué de extraño, pues, que de los 16 709 votantes que forman los 227 distritos electorales del país, el General Díaz haya obtenido mayoría de 16 662, cuando ha sido el autor de tan maravillosa transformación?”, decía El Siglo XIX, un periódico palaciego, de esos que suelen circular en oficinas y organizaciones públicas.


Nada nuevo bajo el sol se dice siempre que encontramos acontecimientos sociopolíticos que se asemejan a anteriores ya aparecidos. Ciertamente no puede haber nada nuevo mientras quien ejecute las acciones sea el hombre y el entorno cultural lo favorezca. Que se sepa, la condición humana en cuanto a sus relaciones con el poder político no ha cambiado y, como diría don Teofilito, ni cambiará.


Así, en el proceso político-electoral en que se encuentra inmerso el Estado de Veracruz se están produciendo acontecimientos que bien vale la pena ponerles atención didáctica para desentrañar los motivos de su acaecimiento. Todos en México sabemos que nuestra historia más reciente estuvo enmarcada por la hegemonía partidista protagonizada por el Partido Revolucionario Institucional de 1946 hasta el 2000 en la presidencia de la república, y que aún hace gobierno en 18 estados de la federación mexicana. También conocemos que a partir del 2000 los gobernadores dejaron de ser empleados del titular de la presidencia de la república y que parte del poder que éste concentraba se desperdigó entre los ejecutivos estatales. Ahora estos son quienes tienen el poder de manejar sus respectivas sucesiones, según sus pertinentes estilos y de acuerdo a las condiciones en que operan.


En ese orden pudiera tomarse el caso de Veracruz, un Estado gobernado por un personaje de la clase política que surgió y desarrolló en los términos del presidencialismo imperial; un contexto en el que privó el voluntarismo más radicalizado de un solo hombre. Tal vez de allí pudiera derivarse una razón subyacente de la ya manifiesta intención de dejar un sucesor a modo, combinado y matizado por supuesto con el estilo personal.


No es fortuito que en el programa dominical del pasado domingo (11-I-2010) “Punto de Encuentro”, de Ricardo Rocha, Granados Chapa haya calificado de autócrata al gobernador de Veracruz cuando hizo referencia a su insistencia para hacer candidato a uno de sus “incondicionales”, sin consideración alguna-dijo- a la clase política del lugar y poniendo en riesgo un posible triunfo priísta.


En el periódico “El Universal” del 13 de este mes, la columna Bajo Reserva abunda sobre el tema cuando habla de las intenciones del mandatario veracruzano de imponer a Javier Duarte como candidato priísta y que ello “pone en riesgo el triunfo de su partido en las elecciones de este año”. Extiende el comentario para señalar que los programas de gobierno “se llaman Fidelidad, en estricto culto a él. Su administración está uniformada con el rojo de su gorra”. Son enfoques que de alguna manera reflejan el acontecer veracruzano actual.


Porfirio Díaz en 1888 ya había juntado en su haber dos periodos de gobierno por lo que tuvo tiempo suficiente para cimentar su imagen de buen gobernante, a ello contribuyó la conformación de un pueblo ignorante y sumido en la miseria. ¿Le alcanzará a Fidel Herrera el proclamado imán electoral de su persona y su larga experiencia en esas lides para coadyuvar eficientemente en la causa del precandidato hasta ahora perfilado? ¿El elector será capaz de distinguir propuestas y programas de personalidades y prestigios?¿Hasta qué grado la ciudadanía veracruzana está preparada para discernir electoralmente lo que le conviene lo constataremos en Julio próximo. El fenómeno es interesante para cualquier sociólogo político, pues la raíz del comportamiento de la clase política encuentra amarres sustanciales en la sociedad que lo permite. Que lo averigüe Vargas, decía el clásico.


alfredobielmav@hotmail.com
Enero 2010