LAS CIRCUNSTANCIAS EN LA POLÍTICA

Por Alfredo Bielma Villanueva



La política, ciencia de lo posible y de circunstancias, es la más humana de todas las actividades del hombre, considerando que éste es el único ser animado al que el poder, la esencia de la política, estimula, trastorna, cambia, enajena, seduce, sublima, etc. Nada como la búsqueda y la obtención del poder, sin comparación el más grande estimulante, cual droga que motiva al hombre a adoptar conductas inverosímiles.


El individuo que se afana en las labores de la política sabe, debería saber, que el poder tiene un precio, para algunos dolorosamente muy elevado, aunque no es la generalidad, se requiere de entregar parte del ser mismo, lo más íntimo y, sin metáfora, lo más valioso: la dignidad. Por esto, quien se inicia y carece de escrúpulos ya lleva camino andado, irá, como dicen en la campiña, en caballo de la hacienda. En política se lucha, se cifran esperanzas y como en ninguna otra actividad se requiere del concurso de los otros, cuando menos de otro. No hay aquí hombre sin hombre. Esto último es posible solventarlo con constancias históricas, acontecimientos que así lo certifican.


Los siguientes son casos que expresan una faceta de la actividad política que exponen cómo las circunstancias influyen determinantemente en las aspiraciones y reveses del político, independientemente de cuales sean sus deseos, voluntad y conducta.


Corría el año de 1973, cuando el hegemónico Partido Revolucionario Institucional debía decidir de entre su rica cantera su candidato a alcalde para Coatzacoalcos. Gobernaba Veracruz Rafael Murillo Vidal, el Comité Directivo Estatal priísta lo encabezaba Manuel Ramos Gurrión, originario de aquel Puerto, luego entonces parte interesada. El alcalde saliente era Cristóbal de Castro, alias “El Cubano”, de la cuadra que había formado el poderoso, aunque para entonces ya fallecido cacique, Amadeo González Caballero.


De las filas del PRI, uno de sus cuadros más distinguidos, Francisco King Hernández, había iniciado con bastante antelación su campaña de proselitismo en búsqueda de la candidatura; era dirigente de la bien organizada Federación Municipal de Trabajadores al Servicio del Estado (FTSE) y se había cuidado de penetrar en las colonias de la ciudad, llevaba mucho camino andado cuando los tiempos maduraron. Por esa razón consideraba Pancho King que él merecía la candidatura, pero el presidente municipal tenía en el Secretario del Ayuntamiento, Lázaro Ríos, a su delfín, lo que a su tiempo hizo saber a Ramos Gurrión quien por la vía institucional se vio forzado a secundar esa propuesta.


A Francisco King lo apoyaba, casi por oposición, el poderoso Subsecretario del Gobierno estatal Manuel Carbonell de la Hoz, hecho que por sí solo le proporcionaba una ventaja adicional al trabajo que había venido desarrollando con bastante anticipación. Por esa circunstancia chocaron los trenes de Ramos Gurrión y Carbonell. En este contexto el gobernador, puesto en medio por sus colaboradores, se vio en la necesidad de instruir para que se buscara una tercera opción, y tal fue Francisco Montes de Oca, entonces un joven Director de la Escuela Miguel Alemán de aquella ciudad, colateralmente unido por lazos de compadrazgo con King. Pero sabedor de la avanzada precampaña de éste, Montes de Oca no aceptó la oportunidad previendo una posible, aunque todavía impensable, derrota del todopoderoso PRI.


Entonces, apretados por los tiempos, el gobierno y el PRI no tuvieron otro remedio que escoger apresuradamente al presidente de la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material, el joven Ing. Quintanilla, no originario del lugar pero que se presumía que por la materia de su cargo alguna influencia habría de tener en la base popular. Esto orilló a Francisco King a fundar de ex profeso el Partido Popular de Coatzacoalcos con el que contendió contra su ex partido. El resultado fue un espectacular triunfo de Pancho King con miles de votos a su favor, a grado tal que impidió la posibilidad de desconocer su victoria y nombrar un Consejo Municipal.


Paradójicamente, tres años después, 1976, Francisco Montes de Oca figura como candidato a alcalde suplente en la formula priísta encabezada por Mariano Moreno Nextle que pierde la elección ante el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. Corriendo el tiempo, el inquieto Francisco Montes de Oca escaló posiciones políticas a nivel estatal y era Diputado local, coordinador de sus colegisladores, cuando en 1985 se le presentó de nuevo la oportunidad de buscar la candidatura priísta. En esta ocasión el gobernador era Don Agustín Acosta Lagunes y el presidente del PRI estatal Dante Delgado. Pero tuvo en contra la nada favorable circunstancia de que el gobernador se había equivocado en la sucesión presidencial de 1982 pues no le apostó a Miguel de la Madrid y esta condición constituía una determinante en el sistema político mexicano de su tiempo.


Carlos Salinas de Gortari, Secretario de Programación y Presupuesto en el gobierno de De la Madrid, instruyó al presidente del CEN del PRI Adolfo Lugo Verduzco buscar para Coatzacoalcos a un candidato ajeno al gobernador veracruzano. A Manuel Ramos Gurrión para ése entonces Senador de la república, cercano a Lugo Verduzco, se le preguntó sobre el particular y opinó, no en contra de Montes de Oca sino que, conocedor de que el presidente de la Madrid identificaba muy bien a Don Pompeyo Figueroa, deslizó este nombre. Perfil ajeno a toda militancia partidista, encomendado del Patronato de la Universidad Veracruzana en Coatzacoalcos, Don Pompeyo ganó por esta coyuntura la candidatura priísta y fue alcalde, así de fácil, así de simple.


Tiempo y circunstancias ni duda cabe son premisas fundamentales de la actividad política, como en estos casos en los que Francisco Montes de Oca, diputado local en dos ocasiones, Subsecretario de Gobierno, Director de Enseñanza Media, etc. vio frustradas sus aspiraciones para acceder a la alcaldía de su tierra adoptiva. No por falta de méritos o de capacidad, que está visto que en política no es un factor que pese; no por la oposición de quienes sucesivamente entonces mandaban en política del Estado pues Murillo Vidal le ofreció la candidatura pero desistió y Acosta Lagunes lo proyectó como su precandidato al cargo, pero por no estar en el ánimo del centro no fue escuchado. El episodio prueba también que no siempre es posible para un gobernador, a pesar de todo su poder, conseguir su propósito de favorecer políticamente a alguno de sus elegidos. Aunque, por otro lado, hay constancias suficientes en las que un gobernador hace valer su posición empleando su poder y circunstancia, pero ésa es otra historia.


Alfredobielma@hotmail.com
Diciembre 2007