TRANSFUGUISMO POLÍTICO

Alfredo Bielma Villanueva




Con frecuencia se escucha decir, o de escriben, ácidos comentarios acerca de los políticos y de la política; la reiteración seguramente se debe a que todo en la vida social tiene que ver con la cosa pública y, por supuesto, con quienes la hacen posible. La sentencia original de Aristóteles es la de que el hombre es un animal social, luego entonces la derivación hacia lo político es una secuencia lógica.


El más superficial de los observadores podrá colegir que es prácticamente imposible para el hombre abstraerse de la vida en sociedad razón de ser de su existencia, como tampoco podría sustraerse de lo que significa la política en su diario acontecer. Es válido por tanto reflexionar acerca de lo abstracto y de lo concreto en que se convierten para el análisis, en este caso, respectivamente la política y el político. También es permitido elucubrar acerca de la clase gobernante, de la elite política y de su composición así como de las motivaciones que incitan al individuo a desempeñarse en la arena política de su pueblo, municipio, estado o nación.


Debido a que el universo político es bastante amplio, en su disección se puede apartar un capítulo cuya comprensión es fácilmente digerible debido a su permanente actualización y porque es uno de los fenómenos más destacados del acaecer mexicano y del veracruzano en lo particular: el transfuguismo político Habrá que empezar por reconocer que la emigración de políticos de uno a otro campo es sólo aparentemente un producto de nuestro tiempo, pero en un rápido repaso de constancias históricas concluiremos que es una acción, más que habitual, reiterada en el individuo que busca el poder. No es un fenómeno nuevo, es simplemente pragmatismo político.


Durante la hegemonía del PRI como partido del gobierno, en el gobierno, quien deseaba participar en la cosa pública no encontraba otra alternativa más que adherirse al Partido Revolucionario Institucional, circunstancia muy propia de un régimen monocrático. Para el ingreso no era necesaria, como tampoco ahora, una confesión de fe revolucionaria, mucho menos había pruebas de aptitud (es evidente que ahora tampoco), bastaba con el deseo de ser político. Entonces no había más que una clase política, la adepta por necesidad y acaso por convicción al PRI, que era el conducto idóneo para acceder al poder. El Partido Acción Nacional, cuya estructura y militancia era débil no atraía fácilmente a nuevos adherentes pero configuraba una decorosa oposición al lado de los partidos denominados paraestatales, el PPS y el PARM.


Por la anterior razón, en la elección municipal veracruzana de 1973 los militantes del PRI que decidieron apartarse momentáneamente de sus filas para participar como candidatos de oposición formaron sus propios partidos, como sucedió en Coatzacoalcos, en Acayucan y en Papantla. Otros, los de Poza Rica y Pánuco se acogieron a las siglas del Partido Popular Socialista. Todos le ganaron la elección a su ex partido, al cual se reincorporaron sin mediar sanción alguna una vez convertidos en alcaldes. Esa actitud de emigrar a la oposición la tomaron una y otra vez subsecuentes aspirantes en diferentes municipios y con asombrosa regularidad triunfaron contra su alma mater política. También una y otra vez regresaban al redil priísta.


El fenómeno perdura en nuestros tiempos, con una variante que debe preocupar aún más al PRI: el que se va ya no regresa, asestando un doble golpe a su ex partido. Primero porque lo priva de su militancia y segundo porque va a engrosar las filas del adversario. Las consideraciones valorativas acerca de que una militancia así no conviene ni es deseable, alegando la lealtad como primicia de pertenencia, no pesan en la realidad porque quien se va y triunfa adquiere poder y, en la práctica, éste es el que cuenta por las implicaciones de carácter burocrático, financiero y político.


La política pura ha cedido el paso al realismo político, desprovisto del recubrimiento ideológico que teóricamente debe tener todo partido; es una acción común y no es difícil observar cómo cada uno de estos supedita su crecimiento a la indiscriminada aceptación de una militancia sin afinidad ideológica.


Sabemos que el Poder es como una mansión ocupada sólo transitoriamente por el ganador del momento y que en México sería indistinto, como lo fue, el que llegara un representante de PRI o del PAN a la presidencia de la república. Habrá quien del Revolucionario Institucional salte de inmediato ante esta aseveración, que considerarán hasta ofensiva; bastará para calmarlo con recordarle que el proyecto económico actual del PAN es el mismo que los últimos tres presidentes priístas consolidaron.


Pero también en la llamada izquierda se hacen torbellinos de confusión ideológica y de práctica política. Independientemente de la permanente guerra en que se debaten las sectas que la integran ahora juegan también al pragmatismo y fomentan el transfuguismo. Resulta que amenazan con hacer su candidata al gobierno de Yucatán a la señora Ana Rosa Payán, una excelsa representante de la extrema derecha mexicana, militante del Yunque. En la incongruencia en que se debaten, el señor Jesús Ortega quiere justificarse declarando que “Ahora los defensores de nuestra pureza ideológica hoy, son los que nos acusaban antes de estrechos y de dogmáticos, son los mismos. Me estoy refiriendo a analistas y a periodistas que ahora se han convertido en defensores de nuestra pureza ideológica”. Vaya cachaza ideológica de una clase política cuya única consigna, al no tener oportunidad de triunfar, es la de desbarrancar al más fuerte, sin importar quien obtenga el poder.


Mientras los “grandes” se desgarran internamente, en Veracruz, un partido a semejanza de la hormiguita del cuento, con laboriosa enjundia teje día a día su futuro más próximo. Convergencia, el más versátil de todos, se presta a ganar el mayor número de alcaldías y diputaciones de su historia. No padece ataduras históricas que lo detengan y su aún reciente incorporación a la arena política coadyuva a evitar que en sus filas haya tránsfugas y, a su vez, le permite cachar a los que de afuera vengan con perfil ganador y enriquecer así su alforja electoral. Tiene a su favor, en el ámbito de lo formal, la también relativa identidad ideológica con el PRI y con el PRD. Aunque en estos tiempos de realismo político, a nadie extrañaría una eventual alianza con el PAN.











Febrero 2007