TENSIÓN EN LA DISCREPANCIA

Alfredo Bielma Villanueva



Está registrado en los anales del acontecer político nacional el episodio del 19 de diciembre de 1948 cuando miembros de la Unión Nacional Sinarquista, militantes del Partido Fuerza Popular, colocaron una capucha negra para cubrir la cabeza de la efigie del Presidente Benito Juárez en el Hemiciclo erigido en su honor, en la Ciudad de México. El Partido Fuerza Popular fue creado en 1945, pero como resultado de este acto que el gobierno consideró un insulto al icono nacional por excelencia, le retiró el registro.


Aquel agravio era el sedimento aún caliente de la guerra cristera y los resentimientos históricos acumulados contra el Liberalismo y el laicismo que el régimen mexicano enarbolaba. Muchos años más tarde ¿en qué categoría pudiéramos ubicar o inscribir la pintarrajeada al busto que recuerda al ex gobernador Gutiérrez Barrios en Boca del Río?
Guardadas las debidas proporciones entre los despropósitos de una y otra acción, de los méritos de uno y otro mexicano que alcanzan proporciones cósmicas a favor del primero y de los tiempos en que han ocurrido, el suceso aunque no es para desgarrarse las vestiduras, expresa intolerancia y una rústica manera de manifestar las diferencias políticas. Mientras la sangre no llegue al río, está dentro del rango de lo controlable; pero debe preocupar al gobierno municipal de Boca del Río y al Gobierno estatal, porque representa un indicio de descomposición del tejido político y puede extremar sus secuelas cuando se disputen los puestos públicos por cuya adquisición competirán los diferentes actores en septiembre venidero.


Aún en la pluralidad se observan signos preocupantes de la intransigencia sectaria, a los que habrá que poner dique, pues las pasiones ya desbordadas pueden tornarse peligrosas en la medida que se adentre en el proceso electoral que se avecina.


En una democracia electoral cualquier proceso decisorio en el que intervenga la voluntad ciudadana es importante; lo es para elegir a los gobernantes y lo es para medir el grado de aceptación de su mandato en elecciones intermedias. Así se vio cuando Salinas de Gortari obtuvo un voto de confianza en 1991 al ganar el Congreso y pudo conseguir la gobernabilidad suficiente para consolidar el proyecto neoliberal al firmarse el TLC con los EEUU y Canadá, bajo los auspicios del Consenso de Washington. Gracias a la favorable disposición del Congreso, en el que las fracciones del PRI y del PAN se aliaron, Salinas pudo realizar las reformas constitucionales necesarias para consolidar su proyecto; encontró también las condiciones favorables para la implementación del eje rector de su gobierno: el programa de solidaridad. Apenas tres años antes, 1988, los comicios para su elección como presidente estuvieron enmarcados por serias dudas respecto del resultado a su favor.


Con Zedillo las circunstancias se presentaron a la inversa. Como candidato sustituto a la presidencia de la república obtuvo una muy aceptable votación a su favor en 1994, aunque la ciudadanía ensayó por vez primera el voto diferenciado. En cambio, en las elecciones intermedias de 1997 el PRI perdió la mayoría legislativa y entonces se le obstaculizaron en el Congreso la aprobación de sus propuestas, al grado incluso de negarle la autorización de un viaje al extranjero. Superó los problemas gracias a la alianza de congresistas del PRI y del PAN que unieron sus votos para sacar adelante el proyecto neoliberal de su gobierno.


En Veracruz, los comicios electorales del 2004 para elegir gobernador arrojaron resultados tan ajustados que en el arranque se impusieron las condiciones para un cogobierno entre el PRI y el PAN, en el que curiosamente quien fuera el candidato perdedor de aquella disputa electoral ni participa ni es punto de referencia, pues la operación se hace a través de los diputados y de la dirigencia estatal del partido blanquiazul. Al apoderarse de importantes comisiones del Congreso, la fracción de legisladores panistas y el PAN han logrado penetrar por la vía de la negociación y de la presión en órganos estratégicos como el Orfis y el IEV, esto les ha permitido un considerable poder burocrático. Se antoja innecesario explicar lo que implica el poder burocrático cuando los hechos expresan con meridiana claridad su significado y sus alcances; tampoco el daño que ambas partes “negociadoras” han propinado a estas instituciones que, por el fundamento que les dio origen, debieron haber permanecido al margen de toda sospecha.


El número de alcaldías de las que se hizo el PAN también ha influido en la práctica del poder, pues a través de ellas han orientado el programa de obras del gobierno estatal en beneficio de sus gobernados y, por extensión, de sus siglas partidistas. Es a través de sus actitudes frente al poder estatal en que han orientado su postura: bienvenida la obra pública, que al cabo beneficia a veracruzanos, pero sin condiciones ni concesiones de ninguna naturaleza que involucre o afecte su proyecto final, que es el de hacerse del gobierno del Estado, pretensión muy legítima por cierto.


Frente a este contexto hay quien sugiere que lo importante de la próxima jornada electoral para el PRI, y por lo consiguiente para el gobierno estatal, será ganar el Congreso, no tanto como la mayoría de los 212 ayuntamientos. En la inmediatez de un análisis fugaz quizá esta sea una conclusión correcta; pero no olvidemos que en dos años más se desatará con mayor intensidad la lucha por el gobierno estatal y que un factor adicional de indudable influencia en los resultados será el número de alcaldías que cada partido, coalición o alianza, mantenga en el poder para cuando llegue el momento crucial.


En su libro “Mi Lucha”, Adolfo Hitler escribió sobre uno de los fundamentos de su política expansionista, el “espacio vital”. Hacia donde crecer era el dilema para encontrarle nuevos espacios a la “raza superior”. En el caso veracruzano, en la nueva correlación de fuerzas, el “espacio vital” lo conforman los municipios; por eso es de cardinal importancia para el PRI recuperar el mayor número de alcaldías, sobre todo en los municipios con ciudades medias. Aunque la cohabitación permite la convivencia civilizada, no hay nada mejor que compartir la mesa con quienes al menos se tendrá, así sea muy relativa, la seguridad de que al término del banquete los tridentes no se claven en la confiada espalda.


El ejemplo lo tenemos en la conurbación Veracruz-Boca del Río, convertida en el escaparate del panismo veracruzano; sin demérito de Poza Rica, Tuxpan, Orizaba a cual más importantes, pero es la conurbación la que enarbola el paradigma panista. Aquí los alcaldes, por motivaciones propias o inducidos, han variado de un tiempo acá sus relaciones con el poder estatal, al grado de adoptar actitudes nada cordiales ni siquiera ocultas; al menos esta es la visión que se observa desde el llano.


Las elecciones intermedias son de calificación a quien gobierna, esto destaca su importancia. En estas circunstancias vendrá la contienda electoral, o la “guerra de lodo” como algunos vaticinios ya la califican; sin poner en tela de duda que eso vaya a suceder porque “en la política todo se vale”, las posibilidades bien pudieran reducirse con una selección escrupulosa de candidatos que no tengan cola que les pisen, y si esto es mucho pedir al menos que la cola no sea tan larga. Aunque en este sentido habrá pesimistas a quienes quizá otorgue la razón el adagio que reza que “el pesimista es un optimista bien enterado”.



Febrero 2007