PRI: ¿BEATRIZ O JACKSON?
Alfredo Bielma Villanueva


Para aderezar el comentario sobre la elección del nuevo dirigente priísta nacional, nada más elocuente que la historia: el general Francisco R. Serrano era considerado el sucesor natural de Calles en la presidencia de la república; así lo había decidido el general Obregón antes de que lo atacara la fiebre reeleccionista. Inconforme y molesto por el viraje Serrano visitó a Obregón en junio de 1927 para enterarlo que de todos modos él buscaría la presidencia. Francisco Serrano a Obregón: ¡Bueno General, ya sabe usted que vamos a una lucha de caballeros! Obregón a Serrano: “Yo te creía inteligente Serrano, si en México no hay lucha de caballeros, en ella uno se va a la presidencia y el otro al paredón” En octubre de aquel año la dramática advertencia de Obregón se cumplió en Huitzilac, en donde Serrano fue ejecutado junto con trece de sus partidarios por ordenes del gobierno callista.

Para entonces, buena parte de los militares más sobresalientes del movimiento armado había pasado a mejor vida, inducido este tránsito por la vía de la eliminación física. Después del trágico suceso de “La Bombilla”, desaparecido Obregón, que era el verdadero poder tras deL trono, ya sin esta pesada sombra del caudillo, a Calles se le facilitaron las condiciones para entronarse en la cúspide política.

Con indiscutible visión y conocimiento del panorama nacional se fundó el Partido Nacional Revolucionario, creado desde el poder para retener el poder, utilizado como instrumento para la transición pacífica entre los rescoldos de la lucha armada y la instalación en el poder por la vía institucional de la clase política triunfadora. Mediante el PNR se mantuvo el control del gobierno en manos de un reducido grupo de individuos, integrados en torno al promotor de la idea unificadora, el sobreviviente de Obregón, Plutarco Elías Calles, al que señalaron como el “Jefe Máximo”, factor determinante de la integración y del rumbo gubernamental.

Una vez establecido en el poder el PNR se afianzaron los mecanismos de control localizados en las Cámaras del Congreso Federal, en los caciques y en los gobernadores de los Estados. Su primera experiencia fue la escaramuza política en la que se desechó al “favorito” Aarón Sáenz como candidato a la presidencia, para poner en su lugar al maleable Pascual Ortiz Rubio. Mejor estructurado seis años después y con pleno control, en 1933 Plutarco Elías Calles decidió la candidatura del General Lázaro Cárdenas a la Presidencia, frustrando las esperanzas de su entrañable amigo y leal seguidor Manuel Pérez Treviño. Cárdenas inicia su gobierno copado con gentes adeptas al “Jefe Máximo”.

El presidente Lázaro Cárdenas, para hacer frente al desaforado callismo, integró organizaciones de obreros (CTM), campesinos (CNC), maestros (SNTE), empleados federales; obtuvo la adhesión del Partido Comunista Mexicano y de los sindicatos que este controlaba. Sobre esta base política “El Tata” Cárdenas fincó su plataforma ideológica para transformar al PNR, la expresión callista, en Partido de la Revolución Mexicana. Esta nueva organización fue utilizada por el presidente para controlar, aglutinándolos, a la clase política, a los intelectuales, a los militares y a los trabajadores de las diversas ramas productivas. Con este respaldo pudo manejar los conflictos derivados de la expropiación petrolera y maniobrar para su sucesión a favor de Ávila Camacho, un militar moderado que templaría los caldeados ánimos que la actividad revolucionaria del cardenismo había levantado en el país.

La capilaridad de mandos entre las organizaciones de este nuevo partido (PRM) con la institución presidencial y la ascendencia de Cárdenas sobre la milicia sirvió para desactivar el peligro electoral que representó la fuerte candidatura oposicionista de Juan Andrew Almazán a quien, derrotado por la vía política, se le desalentó para que no intentara la ruta armada.

El gobierno de Manuel Ávila Camacho se caracterizó por atenuar los ímpetus revolucionarios del cardenismo. La economía repuntó por efectos de la segunda guerra mundial y proporcionó seguridad a la incipiente clase empresarial del país, buena parte de ella surgida de la clase política, beneficiada por prebendas y sus arreglos con el sector público. La relativa estabilidad económica se reflejó en el ámbito político con la transformación en 1946 del Partido del Gobierno (PRM) en Partido Revolucionario Institucional (PRI) que, además, coincidió con el arribo de una nueva clase política al escenario nacional.

Con Miguel Alemán Valdez a la cabeza, este partido y la nueva clase gobernante, cultivada en las aulas universitarias tenía, por inercia o por convicción, la consigna de preservar el pensamiento de la Revolución Mexicana y mantener entre sus objetivos prioritarios la Reforma Agraria, la defensa obrera, la Justicia Social, la Educación Pública gratuita y laica; el Municipio Libre, la separación del Estado y la Iglesia; la Economía Mixta. Principios que permanecieron en el lenguaje oficial, aún varios lustros después de pasada la primera mitad del Siglo XX mexicano.

En la década de los ´60 los reclamos sociales hicieron explosión violenta obligando al gobierno a abrir los cauces políticos a través de los cuales se manifestaran las expresiones de inconformidad, sin poner en riesgo la estabilidad institucional. Por esta razón, el gobierno del Presidente López Mateos reformó en 1963 la Constitución Política para dar cabida a la figura de Diputados de Partido, que además sirvió para dar carta de legitimidad a las elecciones de Estado.

A los diputados de partido los innovó la Reforma de López Portillo al crear la figura de diputados electos por el principio de representación proporcional que expresan la pluralidad política nacional, aunque nada tiene nada que ver con el crecido número de legisladores que ya representan una onerosa carga para el erario. Con este estímulo normativo se propició la creación de nuevos partidos que ampliaron el abanico de opciones que a su vez motivó a participar a la ciudadanía para que decidiera el destino del país por la vía pacífica del voto.

Con el cataclismo priísta de 1987 cuando la “corriente democrática” escindió al Partido, exhibiéndolo al mismo tiempo como un instrumento para la instauración del neoliberalismo en México, su estructura empezó a resentir golpes demoledores como la elección federal de 1988, que desencadenaron los acontecimientos electorales que dieron fin a la hegemonía del PRI en el ámbito político nacional. Con todo lo negativo de estos sucesos para el PRI, lo peor resultó cuando este partido no pudo, no supo o no quiso ajustarse a los nuevos tiempos políticos y económicos.

De ser un Partido auspiciado por el Estado de Bienestar, promotor de la economía mixta. De postulante de la intervención del Estado en la rectoría económica del país, defensor apasionado del ejido, intransigente en la idea de la separación del Estado con la Iglesia, la Educación laica, etc. pasó de pronto a la economía globalizada del Tratado de Libre Comercio, al llamado neoliberalismo social, al privatizador de las empresas propiedad del Estado y del ejido. Ambas, posiciones políticas diametralmente opuestas, fueron avaladas por el PRI, con las dos contemporizó, con su misma estructura, sus estatutos y su declaración de principios intocados. En estas condiciones obviamente hubo desfases entre la forma y la realidad y esto le impidió tomar conciencia de que esta ya había cambiado.

Una realidad en la que la exigencia ciudadana presionaba al gobierno para instalar instituciones que otorgaran confiabilidad a los procesos electorales. Un gobierno que encontró campo fértil en los diputados de su partido para hacer las reformas, tan necesarias para la gobernabilidad. Pero a la vez un gobierno que no supo reestructurar a su partido para ponerlo al día. Una ciudadanía cansada del fraude electoral y de las crisis económicas. Un Partido necesitado de línea que, huérfano ya, se debatió en la vacilante pero contundente “sana distancia” de un Presidente que nunca fue priísta y que lo entregó al destino manifiesto de la modernización. Al fin, la economía globalizada no era concebible con el PRI en los Pinos. Vino la debacle, el desconcierto y ciertos aires de supuesta recuperación lo resucitaron con eventuales triunfos electorales, a los que no se les dio una lectura correcta.

Una nueva elección presidencial se perdió y puso al PRI en la tercera posición en la arena política nacional. Ahora sufre antagonismos internos porque el domingo 18 de febrero este partido se juega una vez más su destino. Ya no es la lucha por revivir los días de vino y rosas de la hegemonía, no, ahora el desafío es por la sobrevivencia ya no del Partido sino de la franquicia. Padece también los síntomas de la edad pues requiere de apoyos porque sólo ya no puede; sin coalición, alianza o candidatos comunes resulta difícil imaginar su tránsito hacia la victoria.

Pero dentro de lo dramático de su crisis existencial el PRI tiene militancia y tiene historia que rescatar. Beatriz Paredes posee el talento, la experiencia, la voluntad y los atributos para sacarlo adelante y situarlo en el nuevo escenario multipartidista como una institución de centro izquierda, nacionalista y revolucionaria. Aunque, como el Jesús de los últimos días, tendría la ingente tarea de expulsar del templo a los mercaderes, y después ¿con quien se queda? Allí está el gran nicho de la juventud mexicana, en el campo, en los talleres y en las universidades, quien se atreva a entrar a estas como político y convenza allanará el camino para formar la nueva clase dirigente que este país necesita.



Febrero 2007