EMPIRISMO Y POLÍTICA

Alfredo Bielma Villanueva



El hábito no hace al monje, dice un conocido refrán que se ajusta a la medida de quienes pretenden hacer creer que, por ser candidato de un partido determinado, al alcanzar el poder conducirá sus acciones según la Declaración de Principios y el programa de acción del partido al que eventualmente pertenezca. Sin duda, un interesante tema para la reflexión, del que la Ciencia Política se ocupa al analizar la interrelación que existe entre el individuo y el ambiente cultural en el que se desenvuelve y el grado de desarrollo político alcanzado.


Pero no es necesario acudir a ninguna clase de teoría psicológica o política para someterlo al análisis; en nuestro ámbito existe una diversidad extraordinaria de ejemplos a partir de los cuales se pueden sacar conclusiones válidas y nada apriorísticas. Si a dos gemelos se les separa y son educados en culturas diferentes, la sangre que corre por sus venas no será determinante en su conducta ni los hará de pensamiento idéntico ni será similar la manera en que enfoque la realidad que los circunda. En cambio actuarán según los patrones culturales que su entorno y la educación les hayan inculcado. Si por alguna razón se volvieran a juntar, a parte del parecido físico, habrá entre ambos tal diferencia de criterios y de conductas que de inicio haría difícil su convivencia.


Es la fuerza de la educación y la cultura la que une a un pueblo y construye una nación, a ella se debe que en la concepción de sus proyectos de vida la conducta de los individuos no sea radicalmente distinta en un país, aunque piensen diferente por razones ideológicas, condición económica y variantes culturales.


En lo que corresponde a las instituciones, estas son el reflejo del sistema o régimen político en el que se desempeñan y del cual son su producto, a la vez que mantienen con él una relación de interdependencia en la que mutuamente se condicionan. Así sucede con los Partidos Políticos, cuya razón de existir y de ser guarda relación directa con el Sistema Político y, por supuesto, con la militancia que los mueve, no podría ser de otra manera pues son la consecuencia de un fenómeno social.


Con estos antecedentes no es difícil explicarnos la conducta de quienes operan el régimen y los partidos políticos, es decir, los políticos. Como en el ejemplo de los gemelos, no podríamos esperar que un político israelí se comporte de igual manera que uno Italiano; o que un político mexicano se conduzca como lo haría un Inglés. Si bien habrá rasgos comunes a su desempeño como, por ejemplo, el uso nada ocasional de ambigüedades y hasta la mentira u ocultar estratégicamente los pasos a seguir para alcanzar un objetivo, de cualquier manera la gran escala de los valores vigentes en el contexto social es la que va a condicionar la actitud de cada cual.


Esta es la razón por la que observamos conductas análogas en nuestros políticos, independientemente del partido al que pertenezcan. Por esto es que vemos a un político nacido en un partido y emigrado a otro actuar con la misma rutina en una como en otra organización.


¿En qué difieren las conductas de los alcaldes panistas y de los alcaldes priístas? ¿Son acaso diferentes los políticos panistas de los políticos priístas, convergentes o perredistas? No, a pesar de militar en Partidos que enarbolan tesis ideológicas diferentes. Porque, aunque con ligeras variantes, todos han emergido del mismo seno cultural en el que un valor paradigmático es la búsqueda insaciable de la riqueza material como sinónimo de éxito. Si gozas de fortuna eres un hombre de éxito, cualquiera que sea la forma, lícita o no, en que aquella se haya conseguido.


Otro denominador común son los modus operandi del político mexicano. Tomemos como caso concreto el de la guerra de los colores rojo y azul que se planteó en el carnaval jarocho, convertido en arena política por los diversos actores; nos servirá de referencia un dato histórico: En 1974, durante la campaña proselitista del lic. Rafael Hernández Ochoa para alcanzar el gobierno de Veracruz, el Partido Popular Socialista se adhirió a esa candidatura. Su táctica de apoyo consistió en abanderar a cinco o diez de sus prosélitos con sus emblemas solferinos y colocarlos estratégicamente en los nutridos mítines organizados para recibir al candidato priísta. La impresión que causaban era la de que ellos, los del PPS, contribuían con buena cantidad de gente para abultar la recepción. Pero a nadie engañaban, mucho menos al candidato; sin embargo era un valor entendido que a nadie dañaba y a todos dejaba contentos.


En la actualidad sucede lo mismo, aunque con ligeras variantes. Es igual porque la guerra de colores y sus protagonistas, aparte de provocar hilaridad se hace por proselitismo, y es diferente porque ahora los ánimos están caldeados y hay fuerte competencia por el poder que unos tienen y desean conservar y otros lo pretenden para su causa y en asuntos del poder, como se decía en los tiempos más álgidos de la revolución Cubana, “el poder no se entrega ni se comparte, se defiende con las armas en la mano”. ¿Tendrá la guerra de los colores algo que ver con la ideología? Obviamente no, pues no alcanza a pasar de una pugna entre dos grupos de actores del prisma veracruzano cuyo único objetivo es la conquista del poder.


La ideología es expresión que refleja las condiciones materiales de la estructura económica de una sociedad, decía Marx, y está en toda actividad que el individuo realiza; la política no podía ser la excepción. Casualmente todo Partido Político tiene que presentar para su registro, aparte de sus estatutos y su programa de acción, su declaración de principios. Un formulismo que se queda en esa primera instancia, porque en la práctica debe sujetarse a la realidad imperante y esta dice que en México, en los tiempos que corren, la ciudadanía que vota no se orienta, como teóricamente debiera ser, por los principios postulados por uno u otro partido.


Finalmente es la práctica política la que prevalece ¿El asunto de las despensas descubiertas enterradas en el municipio de Alvarado es tan grave como para levantar la alharaca desatada en contra del alcalde panista? ¿Es privativo de los panistas esta clase de procedimientos? ¿Qué es peor, el asunto de las despensas enterradas o el presunto homicidio del que se acusa al alcalde de Las Choapas? ¿Y qué de la sindica de Minatitlan acusada del homicidio cometido en contra de la humanidad de su esposo? En todos los casos, después del ruido mediático, el alboroto quedó atrás, se distrajo la atención ciudadana y de nuevo todo en calma. Pan y circo es la divisa.


El diputado René Chiunti en su propuesta para la creación de una comisión investigadora de las despensas alvaradeñas expresa: “en mi calidad de diputado manifiesto mi rechazo total y absoluto a este acto de mezquindad, arbitrariedad, negligencia y a la insensibilidad social”. Es la actitud política de un legislador priísta ante una grave acción de un alcalde panista. ¿Actuaría de la misma manera si aún militara en el PAN, partido por el que fue alcalde de Cosamaloapan? Ante su airada indignación sus antiguos correligionarios le recordaron que hay una denuncia en su contra por un presunto entierro de despensas atribuido a su administración. En este caso, como en muchos más, la incongruencia no es privativa de un determinado militante partidista sino de un tipo de político que confía su actitud al hecho de que “el pueblo no tiene memoria”, cuestión que en cosas de política se contradice con el refrán que reza: “al violador se le olvida el agravio pero a la preñada nunca”.



Febrero 2007