LOS PASILLOS DEL DOLOR

Por Alfredo Bielma Villanueva

“Todo lo que aquí se vive es terriblemente triste, no se compara con nada”, se escuchó decir a la atribulada madre de un menor de 10 años que sufre de leucemia y está para su tratamiento en el Centro de Cancerología de Xalapa (uno de los mejores en su tipo en la república mexicana, con extraordinaria atención médica y paramédica especializada y con tecnología de punta, construido en Xalapa por el gobierno de Miguel Alemán Velasco), ella y su esposo provienen de Zongolica y pasan las noches en pensiones cuya tarifa es de 30 pesos por cama, en casas ubicadas cerca del nosocomio; si desean bañarse tiene un costo de 15 pesos adicionales. Su régimen alimenticio diario lo constituye una empanada o una “gordita”, cuyo costo varía de entre 6 a 10 pesos cada una; en su conjunto es un costo prohibitivo para la supervivencia de dos personas en la capital veracruzana, considerando que si no trabajan no comen. Pero aunque quisieran trabajar en empleos de baja remuneración (la mayoría son campesinos) se lo impide la imperiosa necesidad de hacer guardia permanente a su pariente enfermo.

Alivia esa situación la solidaridad de grupos, algunos son religiosos, que diariamente acuden a repartir tamales, pan, café, atole, etc. entre los familiares, que pronto se amontonan en la planta baja para rezar y degustar la generosa ayuda.

Los enfermos provienen de diversas localidades veracruzanas (Uxpanapa, Álamo, Martínez de la Torre, Poza Rica, Catemaco, etc. Leucemia, tumor de Wilms, cáncer de diferentes tipos son un lugar común y la población interna está compuesta por gente de todas las edades, los niños son numerosos. Allí se configura un cuadro doloroso, deprimente, de la vida real, de esa que no vemos porque simplemente nos negamos a ver cuando es tiempo de reír…. hasta que llega el tiempo de llorar.

Sujeto a los vaivenes de la vida, el hombre debe enfrentar su inevitable realidad. Sin duda es notable cómo en el dolor brota la solidaridad, aún más manifiesta entre los sufrientes familiares de modesta condición económica; el intercambio de penas como subconsciente alivio forma parte de la convivencia que solidariza en la desgracia porque se es  víctima del mismo dolor. Un coctel patético y pesaroso. Es solo una ínfima parte de lo que ocurre en el infierno de lo cotidiano de ver cómo la enfermedad carcome al enfermo, en una carrera en la que los médicos especialistas no escatiman esfuerzos para rescatarlo y devolverle la salud. En esa lucha los acompañan las plegarias de familiares y amigos, porque la fe mueve montañas.

Transitar por los limpios pasillos del Centro de Cancerología (CECAM), por sus corredores del dolor anímico, de la preocupación, de la tristeza, de la esperanza, es coexistir con la realidad que aflige al ser humano de cualquier condición social. Las enfermedades que se tratan requieren de la atención especializada de calidad, tal cual allí se proporciona. Por esta razón viene a cuento la preocupación por la noticia acerca de que en el pasado reciente se compraron medicamentos “clonados” cuya efectividad simplemente no guarda ninguna proporción con las dolencias que aquí se intentan superar pues acaso su eficacia haya sido nula. Por esta razón es más que conveniente aclarar la veracidad de la nota porque de ser cierta constituiría un atentado de lesa humanidad originado por la codicia de unos cuantos por ganarse algunos pesos de más, sin importar el sufrimiento, el dolor y la esperanza de la gente; es un episodio deplorable que no debe ser pasado por alto y de existir culpables debe aplicárseles el rigor de la ley como escarmiento para que no vuelva a suceder en una institución en la que destaca la suprema voluntad de servir con eficiencia.

En otro ángulo, si es cierto lo que dicen que con dinero las penas duelen menos habrá que preguntárselo a quien yace en una cama con la esperanza de superar el mal que lo mantiene postrado. También habría que censarlo entre los familiares del enfermo de cómoda posición económica, porque ante la enfermedad del ser querido sin duda el lamento y el sufrimiento no debe variar mucho del sentimiento que abate a los menesterosos, ya que de repente la vida adquiere un color grisáceo que traduce con fidelidad las penas que se llevan dentro, más aún cuando la fatalidad desobedece nuestros más caros deseos y no hay poder humano, mucho menos monetario, que resuelva el motivo de la pena.

En Xalapa, el Hospital Los Ángeles está diseñado a manera de un hotel de lujo con servicio médico, o de un hospital con todas las comodidades de un hotel de lujo: espacioso lobby, pasillos relucientes y bastante amplios llevan a cómodas habitaciones habilitadas con equipo médico de los que llaman de última generación. Médicos, enfermeras, nutriólogos, afanadoras se mantienen al pendiente del enfermo, cada quien en sus respectivas tareas. Claro, según el sapo es la pedrada: aquí los treinta pesos que los de abajo penan por conseguir para cubrir una noche de pensión no significan absolutamente nada, quizás una mediana propina o tal vez la compra de una revista para pasar el tiempo y dejarla abandonada en el asiento. Pasar una jornada diaria aquí, sin exageración, equivaldría (sin servicio médico, por supuesto), al costo de manutención y pensión diaria de casi noventa días de allá. Lo cierto es que la calidad del servicio profesional médico, paramédico y operativo aquí como en el Cecam es de primera. La variable radica en el costo, la especialidad y la demanda del servicio.

En cuanto a las muestras de solidaridad es palpable la diferencia en uno y otro lugar. En hospitales de elevado costo económico se perciben aires de indiferencia hacia el enfermo de junto, tal vez por la privacidad de la estancia; allí las más de las veces se ignora quién es el vecino y rara vez se toma la iniciativa para extender parabienes o siquiera inquirir el motivo de la estancia.

Es un hecho que a mayor demanda de atención médica se altera la calidad de la misma.

Así se experimenta en la seguridad social, el ISSSTE y el IMSS son pruebas contundentes del aserto. Productos del Estado de Bienestar, nuestras nobles instituciones de seguridad social están rebasadas por la demanda y no han colapsado porque la presión social obliga a los gobiernos a diseñar programas que ayudan a combatir los estragos de las desigualdades sociales. Lo mismo a la población abierta que a la protegida con la seguridad social se le destinan miles de millones de pesos para cubrir las necesidades de salud, sin embargo, nada parece ser suficiente ante la enorme demanda y la insuficiente implementación de programas preventivos de salud.

En marzo de 1987 un autobús de pasajeros se accidentó en la bajada de Acajete hacia Xalapa, los heridos fueron trasladados al Hospital Civil “Luís F. Nachón”. Sensible al dolor humano, Don Fernando Gutiérrez Barrios, gobernador veracruzano de aquel entonces, visitó a los heridos en compañía del Secretario de Salud, Pedro Coronel Pérez. Así fue como el gobernador se enteró de las tristes y precarias condiciones que guardaba el nosocomio aquel. “Tenemos que construir un nuevo hospital en donde le proporcionemos a nuestra gente más menesterosa una atención médica digna y eficiente”, le dijo Gutiérrez Barrios al Dr. Coronel Pérez y dictó la orden: “avóquese usted de inmediato a buscar un lugar en donde construir el nuevo hospital”.

Así nació el ahora Centro de Especialidades Médicas Dr. Rafael Lucio, inaugurado en tiempos del gobernador Dante Delgado, sucesor de Don Fernando en el cargo. Por diversas razones, entre ellas la descomunal demanda, el nuevo hospital se partió en dos: igual se atiende al más necesitado cobrándole cuotas más que simbólicas como a quien busca buena atención y puede cubrir sus gastos médicos.

Deambular por los pasillos de la enfermedad, ver postrado en cama al ser querido nos permite la ocasión para dimensionarnos y concluir con tristeza que solo somos polvo.

Junio 2011