DON AGUSTÍN ACOSTA LAGUNES

Por Alfredo Bielma Villanueva

Don Agustín Acosta Lagunes, uno de los mejores gobernadores que ha tenido Veracruz, dejó de pertenecer definitivamente a esta dimensión en la que alentamos vida. Sin embargo, su tránsito ha sido positivo porque rindió buenas cuentas a quienes en 1980 le encomendaron por seis años el destino de su Estado; al dejar la responsabilidad conferida heredó buenos números y grandes obras a los veracruzanos. A pesar del exiguo presupuesto con el que contaba, lo hizo rendir al máximo aplicando sus amplios conocimientos como economista y formación de eficiente administrador.

Con todo y que era su obligación como servidor público administrar con eficiencia y eficacia, transparencia y honestidad el recurso del erario puesto a su alcance para beneficio de los gobernados, al final, poblaciones como la conurbación Veracruz- Boca del Río y Xalapa, entre muchas otras de Veracruz, le quedaron a deber un homenaje en vida al hombre que con su elevado sentido de la responsabilidad sentó las bases de su actual desarrollo. Las comparaciones son odiosas, pero en el servicio público hacerlas es casi una fatalidad, más aún cuando se acentúan los claroscuros en el ir y venir de los actores políticos.

Oriundo de Paso de Ovejas, Don Agustín Acosta Lagunes llegó a la gubernatura veracruzana en 1980, a los 50 años de edad. Los tiempos del autoritarismo presidencial y de la prevalencia de una acentuada hegemonía partidista hicieron posible la llegada al gobierno veracruzano de un hombre de planes y programas pero que, según criterio del presidente López Portillo, su verdadero elector, tenía una “consistencia ideológica no muy rigurosa, mezcla de economista con ganadero…”.

Muy seco en su trato, Don Agustín era alérgico a los modos y actitudes del tradicionalismo político mexicano, particularmente del político “rollero”, al que identificaba con quienes hablan mucho sin decir nada y no cumplen lo que prometen.

En buena medida, a los colaboradores les transmitía sus “acuerdos” a través de tarjetas, algunas excesivamente admonitorias; con ellos mantuvo una actitud distante, era poco tolerante con los desaciertos y muy frío en la relación de jefe a subordinado, sobre todo en los primeros cuatro años de su administración. Falible al fin, su comportamiento como hombre del poder le provocó el distanciamiento de no pocos amigos, aunque el tiempo y la razón le permitieron recuperarlos. Por el método del tarjeteo a los subordinados se llegó a deducir que no era la forma más idónea para gobernar, muy explicable si se considera su concepción personal acerca de la clase política y porque, sin duda, en su tiempo perfiló a la perfección al tecnócrata por excelencia.

Fue resistente al embrujo de la letra de imprenta, por este motivo sostuvo no pocos diferendos con representantes de los medios de comunicación. Su actitud de rechazo e indiferencia respecto a los medios provocó que la gran obra pública de su gobierno no se dimensionara en su exacta magnitud en la posterioridad. Destacadamente, en el servicio público encuentra antípodas, son aquellos que habiendo ocupado el mismo cargo, contando con presupuestos verdaderamente estratosféricos, no realizaron ni la cuarta parte que Acosta Lagunes dejó para su Estado, mucho menos con el grado de honestidad con el que ejerció el dinero de los veracruzanos.   

Sin duda cometió errores (hablamos de un hombre), como el delegar en materia de seguridad pública excesivo poder y confianza en los factores de poder regionales. Fue famosa y temida la “sonora matancera”, término que describe gráficamente a un grupo de pistoleros que sembró el terror al amparo de la impunidad, aparentemente auspiciada desde los mandos del poder. Sin embargo, puestos los resultados en la balanza, avizorados desde la perspectiva de los tiempos el veredicto le es favorable, al menos en la modesta opinión de quien esto suscribe; nadie tiene el patrimonio de la verdad y por esta razón unos asentirán, otros todo lo contrario.

Fue, Acosta Lagunes, un hombre cuya destreza en el manejo de las ecuaciones económicas, lejos de las ventajas que proporciona el servicio público, le permitía realizar grandes y lucrativos negocios, pero su mesura y austeridad personal no traslucían los exitosos resultados de su presteza profesional.

Su actitud como político, en la versión clásica de este concepto, el licenciado Agustín Acosta Lagunes es, debería ser, un paradigma a seguir por quienes desean incursionar en el servicio público, caracterizado éste como la entrega a la ingente responsabilidad de la que depende el bienestar de una colectividad humana que en no pocas ocasiones está a expensas de lo que sus gobernantes le cumplan. Consumar un compromiso delegado por la comunidad ciudadana es una responsabilidad que solo asumen quienes contemplan el cargo público como una oportunidad para trascender su propia existencia sirviendo a los demás y no como un venal y egoísta proyecto personal.

A la capital del Estado le entregó una obra pública extraordinaria, entre ella, la pavimentación de las Avenidas Rafael Murillo Vidal, Adolfo Ruiz Cortines y la ampliación a cuatro carriles de la entonces denominada Avenida Circunvalación, hoy Lázaro Cárdenas, que prolongó desde la salida a Banderilla hasta el aeropuerto de El Lencero, con un camellón al centro adornado con los vivos colores de los florales que sembró como ornato de esa vía. Las hermosas araucarias que aún adornan tramos de esa carretera son vestigios de las cientos que sembró con la vocación ecologista que le caracterizó. El proyecto original incluía la construcción del libramiento de Xalapa (ahora peri norte) que partiría de Las Trancas a Banderilla, tiempo y dinero hicieron falta para concretarlo, pero es constancia de que este gobernador pensaba en grande.

Fiel testimonio de esto último es el decreto del gobierno de Acosta Lagunes por el que se preservó para la ciudad el área verde aledaña a la avenida Murillo Vidal, de no haberlo previsto a estas fechas contemplaríamos un sinnúmero de fraccionamientos (como el del Fesapauv, por caso) por aquel lugar, huérfanos ya del tupido bosque que por esa razón disfrutamos todos. Qué decir del hermoso, siempre moderno e incomparable edificio del Museo de Antropología en el que la parte arbolada y el verde césped completan un escenario natural muy propio de “la ciudad de las flores”.

Para favorecer su proyecto de modernizar la zona conurbada Veracruz- Boca del Río, Don Agustín empezó por perfilar para la presidencia municipal de la ciudad-puerto a un exitoso empresario que hablara su mismo idioma, no confiaba las grandes empresas en la clase política. Ubicó a Gerardo Poo Ulibarri en la presidencia del Consejo Consultivo de la Ciudad y le proporcionó todo el respaldo posible para promover y realizar obras de infraestructura urbana, la modernización del alumbrado público fue de las primeras. Conforme a los tiempos del autoritarismo, Acosta no tuvo problema alguno para hacer de Poo un candidato triunfante por el PRI a la alcaldía jarocha. Ya como alcalde, sin duda Gerardo Poo interpretó bien a Don Agustín y, junto con el alcalde de Boca del Río, trabajaron al unísono para cambiarle el destino del uso del suelo a los terrenos en los que ahora  se asienta el mayor desarrollo turístico de la entidad.

Obviamente ese fue el primer impulso, pues gobernadores como Dante Delgado prosiguieron la inercia del Plan para consolidar su marcha modernizadora; el mar, los negocios y la tradicional bonhomía jarocha  hicieron su gran parte.

Sobre el Río Papaloapan sigue firme, resistiendo los embates de las periódicas inundaciones, el puente que comunica Cosamaloapan con Carlos A. Carrillo, construido en un tiempo record de cuatro meses, perentorio plazo que el gobernador Acosta Lagunes le puso a su Director de Comunicaciones, quien es fiel testigo de la infraestructura heredada al Estado de Veracruz por Don Agustín.

No pudo convertir al Estado de Veracruz en Granero y Yunque de la Nación, como lo decía el alma Mater de su programa agropecuario. Pero mucho de lo que ahora exportan en cítricos, mango, pepino, café, etc., los agricultores veracruzanos se debe a la administración acostalagunista. Él mismo fue un exitoso exportador de cítricos.

Mucho más se puede decir de la labor de Don Agustín Acosta Lagunes como gobernante. No alcanza un artículo periodístico para describir los logros de un buen servidor público de la talla de quien aquí recordamos; se sabe que profesionales de la pluma amigos del desaparecido desarrollaban tiempo atrás un proyecto de biografía, que ojala culminen porque las nuevas generaciones de veracruzanos aspirantes a desempeñarse como servidores públicos requieren de ejemplos válidos como paradigmas de sus conductas. Lo bueno debe prevalecer sobre lo negativo.

Que descanse en paz Don Agustín Acosta Lagunes porque supo cumplir, y muy bien, con los veracruzanos.

Abril 2011