HORIZONTES BORRASCOSOS

Por Alfredo Bielma Villanueva

Desde su nacimiento y a lo largo de su historia el sistema político mexicano ha sobrevivido a fuertes crisis a su interior, provocadas por los ajustes y desajustes de las corrientes políticas que no siempre resultan convergentes; también por los efectos colaterales de las recurrentes crisis económicas cuyo flujo y reflujo repercuten en el aparato político. Sin embargo, este sistema cada seis años ha tenido la capacidad de renovarse manteniendo un permanente acondicionamiento que le ha permitido la sobrevivencia sin sobresaltos violentos aunque sí espectaculares.

Si consideramos que este sistema político nació de la Revolución Mexicana que creó el Pacto Social de 1917, para evitar juicios apriorísticos hagamos un somero recorrido por sus momentos críticos, para lo cual tendremos que partir del punto en que se fundó el Partido Nacional Revolucionario en Querétaro el 4 de marzo de 1929 y desplazarnos a través de la trayectoria de su avatar, el Partido Revolucionario Institucional, que es sin duda un referente histórico fundamental y condición sine qua non para explicar la evolución de este sistema político.

En un entorno plagado de conflictos (la muerte de Obregón, la guerra cristera, etc.), dos acontecimientos destacaron con el nacimiento del PNR: el primero fue la defenestración de Aarón Sáenz como candidato del naciente Partido Nacional Revolucionario a la presidencia de la república en ese marzo de 1929, después de haber sido respaldado el 25 de enero por los membretes de 1250 organizaciones afiliadas para crear al naciente partido; pero a una señal de Plutarco Elías Calles la mayoría de los 950 delegados a la Convención cambiaron sus preferencias hacia Pascual Ortiz Rubio, quien finalmente llegó a la presidencia de la república. Pese a la traición, Sáenz no se rebeló y si en cambio mostró los signos de una disciplina partidista que en el correr de los años ha venido transmitiéndose vía genética al Partido de la Revolución Mexicana y al Partido Revolucionario Institucional.

Justo en los momentos en que nacía el PNR estallaba la llamada rebelión escobarista que promulgó el Plan de Hermosillo, coordinada por Fausto Topete, gobernador de Sonora, Gonzalo Escobar en Coahuila y Jesús M. Aguirre en Veracruz, entre otros. Por el escaso respaldo militar la rebelión fracasó, pero sirvió al gobierno para deshacerse de los militares levantiscos. Crisis superada.  La prueba técnica del PNR fue la oposición que José Vasconcelos y un grupo de aguerridos jóvenes universitarios le hicieron recorriendo la república pronunciando encendidos discursos en contra de la mafia política que, según ellos y Vasconcelos, se había adueñado del poder político. Cuarenta muertos en un mitin vasconcelista en Topilejo y el asesinato de Germán cuando encabezaba una marcha a favor de Vasconcelos eran la muestra de que el grupo encabezado por Calles no iba a entregar el poder fácilmente.

La siguiente crisis se produjo en 1938 por la Nacionalización del Petróleo, pero la nación y el ejército estaban solidarios en torno al presidente Cárdenas, por lo que la rebelión que encabezó el general Saturnino Cedillo, a quien las compañías petroleras habían inducido levantarse en armas, no prosperó y pagó con su vida su osadía.

Pero el sistema fue puesto a dura prueba en la elección presidencial de 1940, cuando el General Juan Andrew Almazán contendió por la presidencia contra el General Manuel Ávila Camacho, candidato del Partido de la Revolución Mexicana, sucesor del PNR. Fue una seria ruptura de la élite gobernante que el sistema político pudo controlar debido en buena medida a que los Estados Unidos no apoyaron al general opositor y porque Manuel Ávila Camacho tenía fama de moderado, un perfil que lo distanciaba del arrebato revolucionario cardenista.

Seis años más tarde, en 1946, se produjo otra crisis aunque de menores dimensiones en la clase política mexicana cuando Ezequiel Padilla Peñaloza, que había sido secretario de relaciones exteriores en el gobierno de Ávila Camacho, se fue a la oposición para contender contra el candidato del naciente Partido Revolucionario Institucional, su ex compañero de gabinete, Miguel Alemán Valdez, quien superó este escollo por amplio margen debido al control político sobre los gobernadores, diputados y senadores logrado desde su cargo en el gobierno avilacamachista.

Pero la crisis más seria al interior de la élite gobernante se produjo en 1952, cuando el general Miguel Enríquez Guzmán se postuló por la Federación de Partidos del Pueblo de México en contra del candidato del PRI, Adolfo Ruiz Cortines. Fue una seria ruptura que el sistema pudo resolver gracias a las complicidades y compromisos políticos que la clase gobernante venía tejiendo tiempo atrás. En la jornada electoral del 6 de julio resultó ganador Ruiz Cortines pero los henriquistas a su vez celebraban también el triunfo de su candidato. El lunes 7 convocaron a un mitin en la Alameda Central y la reacción del gobierno no se hizo esperar pues reprimió aquella demostración de júbilo de quienes supuestamente lo habían vencido. En artículo del 11 de octubre de 1972, en la revista ¡Siempre! Carlos Monsivais habla de 500 muertos en aquella jornada luctuosa. Entre los rumores que corrían prevalecía el de que el general Cárdenas y Miguel Enríquez preparaban levantarse en armas.

Para ese entonces el ejército se había disciplinado a las leyes y a los civiles que gobernaban, motivo por el cual no se temía levantamiento armado alguno; además el propio general Enríquez y su hermano Jorge disfrutaban de las canonjías del poder, vía el contratismo, con ganancias nada desdeñables como para ponerlas en riesgo. Habrá que reconocer al general Miguel Henríquez haber controlado el movimiento de inconformidad entre sus partidarios que insinuaban un levantamiento armado; más aún teniendo conocimiento que las filas de sus partidarios habían sido infiltradas por agitadores profesionales interesados en agitar para provocar la furia y la represión del gobierno.

A partir de este año, 1952, las crisis que siguieron se generaron al interior de la sociedad porque el impulso que la segunda guerra mundial le había dado a la economía nacional iba en descenso, la población crecía, la migración del campo hacia las grandes ciudades aumentaba generando cinturones de miseria, las demandas de la clase trabajadora habían sido largamente aplazadas, de allí que surgiera el movimiento ferrocarrilero de 1958 que aunado al magisterial puso en grave predicamento al gobierno federal, justo en tiempos de cambio de gobierno de Ruiz Cortines a López Mateos. El líder ferrocarrilero Valentín Campa y el dirigente magisterial Otón Salazar fueron encarcelados para desactivar los movimientos de los trabajadores. Después de la represión, la respuesta fue un nuevo modelo de desarrollo implementado por Antonio Ortiz Mena conocido como “desarrollo estabilizador”, el desarrollo equilibrado.

Transcurrieron diez años, y para 1968 el modelo económico ya había dado de sí, el se expresó con el movimiento estudiantil, era un mundo que empezaba a globalizarse y exigía de respuestas nuevas; la revolución cubana estaba allí a la vuelta de la esquina, la guerra fría inquietaba al planeta, las fronteras no impedían el adoctrinamiento ideológico, para la juventud mexicana la URSS y Cuba eran un paradigma a seguir. La crisis estudiantil y su represión dañaron severamente la imagen del presidente Díaz Ordaz, uno de los más convencidos de mantener a toda costa el principio de autoridad, una apreciación errónea que provocó la crisis. Las memorias de Gustavo Díaz Ordaz no fueron publicadas, pero algún día se conocerá más a detalle el enfoque desde el poder de ese trágico episodio de la historia de México. 

Sin duda, ha sido sabio el sistema político mexicano, porque a los diferentes retos ha sabido encontrar las respuestas adecuadas. Así, a las demandas que provocaron los movimientos clasistas en 1958 (ferrocarrileros, maestros, mineros, etc.) respondió con el “desarrollo estabilizador” en lo económico y los diputados de partido en lo político; a las demandas estudiantiles de 1968 que expresaban un fondo social de inconformidad Echeverría contestó con la “apertura democrática” de una reforma política que, aunque tímida, incorporó a la elite gobernante a una generación de jóvenes políticos que relevarían a la llegada del alemanismo; pero como estrategia el populismo no logró resolver totalmente la situación debido a las expectativas creadas sin reflejo en la realidad, sí en cambio complicó el panorama económico.

Para resolver los problemas heredados del populismo, el sucesor de Echeverría, José López Portillo formuló una más profunda reforma política por la que incorporó a la lucha electoral a corrientes político-ideológicas que militaban en la clandestinidad, como el Partido Comunista Mexicano y a toda una gama de expresiones izquierdistas. A partir de allí se expresó un arcoíris pluralista que desfogó las tensiones al interior de la élite gobernante y del sistema político mexicanos. Se puso en práctica en la elección federal de 1979 y sirvió de catarsis para el propio sistema que, sin embargo, se debatía en una tremenda crisis económica que finalmente orientaría el criterio de la sucesión presidencial, según confesión del propio presidente López Portillo. En sus memorias López Portillo afirma que tenía dos cartas para sucederlo, si el problema era político se decidiría por García Paniagua, si era económico, por Miguel de la Madrid.


Marzo 2012