LA ZAFRA

Por Alfredo Bielma Villanueva

El domingo 15 del mes en curso el gobernador Duarte de Ochoa dio el banderazo de inicio de la zafra 2012 en el ingenio San Pedro, ubicado en Saltabarranca, factoría venida a menos después de ser una de las más importantes y con extensa zona de abastecimiento precisamente en los límites entre la Región de los Tuxtlas y la Cuenca del Papaloapan; el demérito en que ha caído lo confirma el hecho de estar iniciando su zafra por lo menos dos meses después que lo hacía en los años de bonanza. Como este ingenio, otros corren la misma suerte, aquellas zafras de cinco y hasta seis meses de duración ahora se han reducido a tres, con las amargas secuelas que repercuten en la vida de cientos de familias azucareras y cañeras que viven de la gramínea y fabricación de azúcar.

Este es un fenómeno que se reproduce en un gran número de ingenios azucareros del país y, por supuesto, de Veracruz, en donde esta industria de transformación es de gran importancia estratégica pues de ella dependen económicamente cientos de miles de veracruzanos. Allí laboran trabajadores eventuales y de planta permanente, es decir, hay quienes solo trabajan en el periodo de zafra y quienes trabajan desde la “reparación” o mantenimiento de la fábrica; excepto algunos cuantos, no todos laboran los doce meses del año.

Qué decir de los abastecedores de la materia prima, si bien tienen asegurado al cliente, están expuestos a las agresiones de la naturaleza o a un escaso rendimiento de sus  tierras, sobre todo aquellos que no pudieron o no tuvieron recursos para abonarlas. Regiones como la Cuenca del Papaloapan en donde se asienta un buen número de ingenios azucareros son proclives a las inundaciones anuales, con el consiguiente riesgo de que la caña se mantenga varios días bajo el agua, afectándose en sacarosa y rendimiento. Obviamente, eso ocasiona severas mermas en las ganancias del cañero que al no poder cubrir las deudas que contrajo durante el año los obliga a seguir viviendo de prestado para la subsistencia diaria, atenido a que el próximo ciclo agrícola le produzca mejor zafra.

El calcinante sol del trópico comienza su abrasadora tarea apenas despuntan sus primeros rayos y se extienden sobre el caserío y los verdes campos. En ocasiones el amanecer se acompaña de una espesa bruma que anuncia que el día será altamente caluroso; las garzas y las chachalacas desde muy temprano levantan el vuelo para trasladarse a sus espacios de alimentación, por la tarde, con la precisión de un reloj, regresan a sus respectivas moradas en un eterno ir y venir que la sabia naturaleza les ha agendado.

El silbato de la fábrica de azúcar se escucha a las 6.30 de la mañana, es el aviso previo a la entrada de los trabajadores del ingenio que relevarán en sus faenas a quienes entraron a sus labores a las 12 de la noche, son tres turnos que cubren 24 horas porque la fábrica no se puede detener, va siempre al unísono con el ritmo de los cortadores de caña que desde el amanecer, previendo los intensos rayos solares, comienzan su dura y sudorosa jornada. En el pueblo, los molinos de nixtamal, las carnicerías, las verdulerías, los pequeños changarros abren sus puertas porque muy temprano ya hay gente en las calles haciendo las pequeñas transacciones comerciales de las que puedan ser capaces.

 Así inicia la rutina diaria de un pueblo de obreros, campesinos y pequeños comerciantes cuya vida está sujeta al ciclo que la naturaleza impone al cultivo de la caña. Tres o cuatro meses de zafra al año se convierten en la sabia que da vida a las poblaciones que dependen de los ingenios azucareros.

En periodo de zafra, por el lado del campo, el corte de caña utiliza eventualmente más campesinos, que de todas maneras ya no son tan numerosos como antaño debido a la tecnificación que, aunque incipiente, agrega tractores y segadoras automáticas. Los propietarios de camiones para transportar la caña del campo al batey y los chóferes cierran el círculo de empleados eventuales de la zafra, por los empleos directos e indirectos hay mayor derrama de circulante durante el corto tiempo que dura la transitoria “bonanza”.

Pero ocho meses del año corresponden al llamado “tiempo muerto”, durante el cual la actividad decae, como si la población invernara en pleno verano, solo algunos emigran a buscar trabajo, los más permanecen vegetando, viviendo de prestado para pagarlo en la zafra. Tiempos severamente austeros en los que comprar una paleta “magnum” o intentar salir para un ligero viaje de recreo a la ciudad más cercana es un verdadero lujo, quizá hasta osadía, a veces explicable solo por razones de salud.

Poblaciones como Cardel han logrado salir adelante con relativo progreso por razones de ubicación geográfica o, en este caso específico, porque es el centro comercial de toda una región y su impulso principal fue la planta de Laguna Verde. Además, recoge comercialmente la paga semanal de dos ingenios, en lo que compite con Ursulo Galván. En Lerdo de Tejada, la ubicación de dos ingenios, ha sido el promotor económico que generó múltiples actividades sucedáneas, changarros, fábrica de hielo, talleres mecánicos, y que por ser el centro comercial recibe consumidores de Cabada y Saltabarranca; poblaciones también sujetas al cultivo de la caña y a una incipiente ganadería que no acaba de crecer.

Juan Díaz Covarrubias, del municipio de Hueyapan de Ocampo, también está a expensas de los trabajadores del ingenio; son cientos de familias cuya economía está fatalmente ligada al destino del Ingenio Cuautotolapan. Una economía de subsistencia que sujeta y somete a la población al caprichoso ciclo de la industria azucarera, cuyos propietarios que obviamente no padecen las inclemencias del calor, del polvo, de las enfermedades tropicales, solo piensan en aumentar sus ganancias. “Unos pocos contra muchos cuantos”.

En la memoria de los más ancianos de este lugar viven con dolorosa nostalgia los tiempos idos, cuando la zafra aliviaba zozobras económicas y hacía las veces de lo que es el aguinaldo para los burócratas. La situación no deja de revelar uno de los fracasos más evidentes de los gobiernos estatales y federales, pues no han atinado a implementar programas de desarrollo agropecuario o comercial que generen fuentes de empleos adicionales a los creados por la industria azucarera, que por sí sola resulta insuficiente frente al aumento poblacional. Así lo expresa el rezago social y económico de las zonas con monocultivo cañero. Una explicación más para la enorme emigración que ha despoblado el campo mexicano.

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Enero 2012