¿NUEVO PRI?
 
Por Alfredo Bielma Villanueva 

De la parafernalia que caracterizó a la entrega de documentos y registro para convertirse en candidatos del PRI a diputados y senadores se pueden desprender variadas reflexiones: la multitud que los acompañó, las batucadas, las porras y unas que otras matracas despertaron recuerdos de los tiempos idos, de cuando ese edificio vivió sus mejores años, tiempos aquellos en los que pensar en una alternancia evocaba simplemente una utopía. Tiempos de vino y rosa para esa todopoderosa organización partidista, una institución política que fue paradigma en su tipo de cuantas había en Latinoamérica, un interesante caso para el análisis que despertó la curiosidad científica de destacados politólogos.



De estas remembranzas devino la reflexión acerca de si es cierto que hay un  “nuevo PRI”, tal como lo promulgaba durante su efímera presidencia Humberto Moreira quien en múltiples spots con su imagen divulgaba la idea de que las nuevas generaciones de priístas traen ideas jóvenes, modernistas, acerca de la forma de hacer política. Sin embargo la realidad lo contradecía tornando estéril ese discurso, pues Moreira lo proclamaba precisamente cuando sus adversarios políticos lo señalaban de haber dejado una enorme deuda pública a su paso por el gobierno de Coahuila, además de incurrir en el más descarnado nepotismo que pueda verse en una democracia del siglo XXI. Todo esto conforma una constancia categórica de que el PRI realmente no ha cambiado ni en la forma ni en el fondo.



En descargo, debemos aceptar que lo de las matracas, las porras y chiquitibunes pertenecen a nuestra subcultura política, y por lo mismo, con sus respectivos matices, se reproducen en el PAN y en las organizaciones de izquierda. La diferencia está en los procedimientos, en parte inducidos por las características propias de cada organización partidista y el perfil de sus militantes. Agreguemos que, de acuerdo a la tipología de los partidos políticos el PRI es un partido de masas y el PAN es un partido de cuadros; que en las izquierdas aún impera la más simulada de las democracias como tributo a añejos ritos tribales, sobre todo en el PRD, y que el Movimiento Ciudadano y el Partido del Trabajo se manejan como franquicias. Del Verde Ecologista la mención debe ser tangencial porque corresponde a una franquicia familiar con magro respaldo ciudadano. Del Partido Nueva Alianza, pudiera decirse que hace las veces de un sindicato de empresa, que en los tiempos que corren se antoja de un trasnochado corporativismo y que difícilmente es imaginable peor desfase en un país con economía evolucionada.



Pero, ¿Nuevo PRI? ¡Qué va! Allí sigue imperando la disciplina acrítica de una militancia que cuando pierde acude al arrebato que, como a mujer despechada, la conduce de inmediato a otras siglas partidistas; hay una descarada confabulación con cacicazgos regionales, a los que en el discurso combate pero que paradójicamente fortalece violentando aún sus propios estatutos; allí son inocultables las vergonzosas y obvias complicidades con actores políticos a quienes se postula para revestirlos con la impunidad del fuero, y qué decir del irrespetuoso desdén hacia su declaración de principios al postular candidatos política e “ideológicamente” polifacéticos que lo mismo son priístas, que perredistas, verdes o aliancistas, etc. 



En realidad, el pragmatismo que actualmente impera en nuestro sistema político ha provocado que la declaración de principios de cualquiera de los partidos con registro sea un capítulo obsoleto, sistemáticamente soslayado en aras de ganar elecciones, privilegiando el triunfo sin importar los principios. Tal es la razón por la que se postulan en el PRI, al igual que en el PAN, en el PRD y en los otros partidos a ambivalentes actores políticos que han transitado por diferentes siglas; si el aspirante está bien posicionado en las encuestas y tiene capacidad económica para sufragar los gastos adicionales que le permitan el triunfo, no hay historiales que valgan, ese será el candidato.



En estos términos, sin duda si hay un “nuevo” PRI, acomodado a las circunstancias, esas que señalan a una clase política ajena a la sociedad de la que es producto; un partido con amnesia de origen y destino, en su itinerario la Revolución Mexicana solo existe en el discurso y ya no es paradigma toral del PRI, cuyo único interés se centra en ganar las elecciones a como de lugar y a cualquier precio.



Cualquiera puede argumentar que un Partido político se crea para ganar elecciones y acceder al Poder, una tesis irrebatible y tal vez en ese fundamento pudiera radicar el origen del calificativo de “El Nuevo PRI”, e incluso para así acreditarlo dispuso que el ritual para registrar candidatos a diputados y senadores en Veracruz lo oficie un representante del viejo PRI. Generaciones entreveradas será la explicación más aceptable para reconocer la carencia de cuadros confiables, una urdimbre que obliga poner al día aquel celebrado dicho de Cervantes que afirma: “en los nidos de antaño no hay pájaros de hogaño” y ajustarlo por el de “en el nido de hogaño hay pájaros (y muchos) de antaño”. Viejos vicios con nuevas mañas, dicen en el llano.



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Febrero 2012