LAS RUEDAS DE LA HISTORIA

Alfredo Bielma Villanueva




El Sistema Político Mexicano ha prohijado un corporativismo sindical muy de acuerdo al propósito de mantener mediatizadas las exigencias de la clase trabajadora; en esa tesitura, los gobiernos permitieron el ascenso político de la clase dirigente obrera cebándola con cargos electorales y de gobierno, a tal grado que ocasiones hubo en que retaron al poder mismo, como cuando el Secretario General del Sindicato de Trabajadores Petroleros manoteó al Presidente de la Madrid al tiempo que le expectaba: “Señor Presidente, si PEMEX se hunde, se hunde también usted “. Temeraria actitud que pocos años más tarde costó el liderato de ese Sindicato y su libertad a “La Quina” y a sus más inmediatos seguidores. Una clara expresión de que contra el poder del Estado poco se puede, cuando solo existe un poder de cúpulas y escasa o nula representatividad. Señal de lo que la autoridad puede hacer en un Estado con poco freno fue la designación desde el poder, en menosprecio de la base obrera, como Secretario General de ese Sindicato a Sebastián Guzmán Cabrera, a quien rescataron del retiro, pues estaba ya en condición de obrero jubilado.

Otro caso de autoritarismo gubernamental respecto del sindicalismo mexicano fue cuando Salinas de Gortari defenestró a Jonguitud Barrios del SNTE e impuso a Elba Esther Gordillo en su lugar. Como el liderazgo de Jonguitud, al igual que el de la Quina, era de entendimiento con el poder público no hubo protesta alguna en la base sindical y el relevo, sin más, fue aceptado. El poder del Estado da y quita; usa y deshecha a sus cuadros y si estos son sindicales, como el de la Quina y el de Jonguitud, sin base trabajadora de sustento que los respalde, el Estado gana. El poder del Estado eleva a sus incondicionales concediéndoles las prebendas que le plantean a cambio de manipularlos en función de los intereses, que no siempre corresponden a los de la comunidad. Un ejemplo muy actual lo encontramos en la maestra Elba Esther Gordillo quien, hoy por hoy, en base a la representación que le delegan los directivos formales del SNTE, en el ámbito del corporativismo autoritario subordinado al Estado, y su innegable relación de amistad con la familia presidencial, fiel a su papel participa como interlocutora en todo tipo de negociaciones entre el PRI y el PAN, pues se busca la manera en cómo hacerle frente a la cada día más complicada situación electoral, que pensaron resolver con el expediente de sumar los reconocimiento a Calderón como candidato electo.

Sin embargo, en la confrontación no consideraron la existencia de las fuerzas que operan fuera del poder del gobierno, en este caso personificada por Andrés Manuel López Obrador y su equipo, integrado por individuos con experiencias de gobierno ganadas muchas veces arrebatando la oportunidad de ejercer el poder a las estructuras establecidas. López Obrador, Ricardo Monreal, Amalia García, Muñoz Cota, Porfirio Muñoz Ledo, son algunos ejemplos. Algunos, como Camacho Solís, vivieron la otra experiencia, la de operar para conservar el poder, y ahora en trinchera opuesta seguramente aportando los comos y los cuándos. Eso es lo que han pasado por alto los hombres del gobierno de Fox, que parecen ignorar que la historia no solo sirve como reseña de fechas y efemérides sino que es manantial inagotable de enseñanzas.
La referencia más próxima a lo que ahora ocurre en nuestro país tras un proceso electoral la encontramos en 1988 cuando, después de “la caída del sistema”, se desató un mar de confusiones y de rumores en torno de un posible levantamiento de Cuahutemoc Cárdenas, en protesta de un nunca aclarado fraude electoral que marcó para siempre al gobierno de Carlos Salinas de Gortari, al que muchos siguen calificando de espurio. Cualquier pragmático alegará que es inútil insistir en esta historia puesto que, finamente, el presidente fue Salinas de Gortari, que es hecho consumado y no hay poder que lo deshaga. Pero habría que consultar a quienes vivieron de cerca los detalles de aquella elección, principalmente a Cárdenas, en el sentido de si se hizo todo lo necesario y, en todo caso, si era posible defender su adivinado triunfo.

Evidentemente las circunstancias han cambiado, ahora el conflicto ya no se dirime entre la izquierda y el PRI, sino entre aquella y la derecha; el presidente de la república es un ciudadano mexicano beneficiado por la reforma al artículo 82 constitucional, promovida por Salinas de Gortari. Ya no será tan fácil mantener a buen resguardo la documentación electoral para finalmente quemarla; existen instituciones surgidas por el efecto de aquel proceso que presumiblemente son garantías de que no se produzca una desafortunada intención de violentar la voluntad ciudadana; La Iglesia se ha reposicionado en el ámbito de lo secular, como lo había buscado por muchas décadas y, por último, aunque haya mucho más, la izquierda se ha estructurado de tal manera que ha manifestado capacidad de convocatoria. Por su parte, la ciudadanía, aunque no en la medida de lo deseable, es más participativa en asuntos electorales y, por lo que se ve, ha ganado conciencia en la defensa de sus derechos ciudadanos ante el poder.
Si Carlos Salinas de Gortari, para hacerse de espacios de gobernabilidad, se vio en la necesidad de acceder y conceder a los grupos de presión y de interés lo que por décadas habían apetecido, visto que los resultados electorales no se encuentran en el rango deseado de credibilidad vale preguntar: ¿qué no podría conceder Felipe Calderón a quienes en momentos tan inciertos le patenten su apoyo en caso de que lo declaren Presidente electo?

Con esta experiencia estamos aprendiendo que aquello de que en la democracia se puede ganar hasta por un voto de diferencia no es sino mera fórmula que sintetiza un anhelo, pero que no es resolutivo cuando lo que está en juego es el destino de toda una nación. En nuestro caso, agrava el panorama la manera tan desaseada en cómo se manejó el conteo de los votos y la apretada diferencia entre los dos finalistas y, aún más, el paulatino ensanchamiento de la brecha que amenaza convertir todo lo que ahora sucede en un torbellino ingobernable. Al problema de Oaxaca, en donde un grupo de sedicentes profesores trastorna la capital de aquel Estado con la intención de derrocar al gobernador, sin que haya autoridad del gobierno federal que le ponga fin; a la estratégica aunque desesperada toma de calles del Distrito Federal por simpatizantes de la Coalición por el Bien de Todos, ahora hay que agregar lo que el Presidente Fox expresara en su discurso del pasado 31 de agosto: “México cuenta y contará siempre con su Ejército para defender las instituciones, la soberanía, la democracia, la legalidad y la justicia”.

Los números de la reciente votación expresan una polarización social que debe verse con mucho cuidado por quienes ejercen el poder, cuidando de no parcializar su actitud, porque al margen de simpatías partidistas debe prevalecer la cordura en quienes tienen la responsabilidad de gobernar para todos.

Agosto, 2006
alfredobielma@hotmail.com