LA REFUNDACIÓN


LA REFUNDACIÓN
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Alfredo Bielma Villanueva

Como si flotara, suspendido en el pasado, quieren ver al PRI quienes adueñados de la cúpula de su dirigencia pretenden “arreglarlo”, sin considerar el contexto social y político en el que se desempeña. A muchos molestará si se afirma que este partido político, otrora hegemónico y protagonista estelar de miles de batallas electorales, requiere de inmediato su traslado de la sala de terapia intensiva en que se encuentra al quirófano para que se le aplique una cirugía mayor que incluya desde trasplante de órganos hasta cambio de nombre, que no de identidad.

“Refundación” le llaman quienes desean regresar a los tiempos de la creación del Partido Nacional Revolucionario, uno de los prístinos avatares del Partido Revolucionario Institucional. Que las dirigencias estatales promuevan el cambio a partir, claro, de la rectoría que los respectivos gobernadores dicten al Comité Directivo correspondiente. Volver a los orígenes, como si fuera posible trasladar las condiciones de 1929 al siglo XXI. Todavía peor, como si las viejas mañas se olvidaran de pronto y fuera posible reiniciar de nuevo la marcha, inmersa esta en una transformación a fondo. Como esto no es posible, se antoja que la pretendida refundación viene a ser, equiparada a la entrada al quirófano, como una devolución del cuerpo al que ya no es posible hacer nada, simplemente porque ya no hay remedio y la muerte es inminente. ¿Será?

Para entrar en contexto es conveniente situarnos virtualmente en la segunda década del siglo XX mexicano en el que la etapa del caudillaje pos revolucionario estaba en su pleno apogeo. Los cabecillas querían cobrar su participación en el movimiento armado y la mejor manera para lograrlo era la adquisición del poder. El país estaba fraccionado en multitud de regiones con señores de horca y cuchillo que validos por la posesión de las armas se hacían de cotos de poder y de los mandos de autoridad establecida. En la escala de poder mas arriba estaban los militares de elevado rango cuya autoridad cubría amplias regiones. Era la división jerarquizada de grados del ejército aplicada a los espacios civiles. La cúspide del poder, en donde se pretendía gobernar para todos, encontraba en aquellas porciones de poder sus conductos para hacerlo; pero también encontraba serias obstrucciones que impedían un mando nacional único. La carencia de medios de comunicación y transportes ejercía su parte importante de influencia.

A partir de 1919 con el asesinato de Zapata y de Felipe Ángeles y en 1920 la muerte de Carranza, entre otros, la sucesiva aniquilación de una buena cantidad de distinguidos generales concluyó con la muerte por asesinato de Álvaro Obregón, lo que dejó en solitario a Plutarco Elías Calles quien, libre ya de los más poderosos jerarcas del Ejército y dueño del poder político nacional, convocó a la organización de un Partido Político en el que se sumaron las fuerzas dispersas en el país en torno del ideal revolucionario por el que lucharon y murieron millones de mexicanos.

En el primer día de los 14 meses de Portes Gil en el cargo de Presidente Interino el 1ª de diciembre de 1928, el General Plutarco Elías Calles lanzó un manifiesto que convocaba a la formación de una Organización Política que encauzara a México en vías de superar la etapa del caudillaje y se enrumbara para convertirse en “un país de instituciones; que lograra agrupar a las diferentes facciones del país para que caminaran en el mismo sentido y acabar con el caudillismo” y con las disputas por el poder que se generaban en las distintas regiones de México con cruentos resultados. Para lograr ese propósito se integró un Comité Organizador encabezado, entre otros, por Emilio Portes Gil, Marte R. Gómez, Manuel Pérez Treviño; Adalberto Tejeda; Manlio Fabio Altamirano, Basilio Vadillo, José Manuel Puig Casauranc, Bartolomé Vargas, Agustín Arroyo, David Orozco y Aarón Sáenz, unidos allí callistas y obregonistas. Las primeras oficinas se instalaron el 4 de diciembre y Calles se convirtió en el Presidente Provisional del Partido Nacional Revolucionario. Un Partido organizado desde el poder para retener el poder, que sirvió desde su primer acto electoral para enmarcar pacíficamente los cambios de gobierno y convertir a México, en el concierto de países latinoamericanos, en una nación a salvo de los recurrentes golpes de Estado que asolaron al continente.

Cuando para terminar con los designios dictatoriales de Plutarco Elías Calles, el Presidente Cárdenas decide expulsarlo del país, decide también transformar en Partido de la Revolución Mexicana al PNR Este Partido, integrado por grupos cuya finalidad había sido terminar con la ancestral pobreza de los mexicanos, guiados por lo que se llamó el ideario revolucionario sintetizado en la Constitución de 1917, pronto empezó a generar una clase media aburguesada surgida de las filas del sector público, que una vez asida a los mandos políticos se resistió a transferirlo utilizando métodos democráticos y formando camarillas de poder que fueron taponando la capilaridad política en el país. Mientras permaneció en los márgenes del Estado Benefactor, cuyas políticas sociales mantuvieron un ritmo de crecimiento económico aceptable, todo fue miel sobre hojuelas. Pero las desarregladas administraciones de Echeverría, primero y López Portillo después, aparejadas al imperativo global del neoliberalismo impuesto por las grandes potencias, condujeron al país a un individualismo nada solidario que se sometió a las contingencias del mercado.

Surgió entonces una nueva clase política en el país, encabezada ahora por individuos adoctrinados en Universidades privadas de los EE.UU. y que fueron asimilados por aquella cultura. Utilizaron para establecer sus lineamientos políticos y económicos a la tradicional clase política mexicana que, concentrada en obtener los beneficios que el poder proporciona, contribuyó gustosa a la nueva concepción del desarrollo, siempre y cuando no perdieran ellos los privilegios del poder. Esa clase política es la que en apariencia dirigía al PRI, partido al que en los hechos desmantelaron de su original ideario y lo mantuvieron como una entelequia revolucionaria mientras asentían a las nuevas directrices de la tecnoburocracia reformando la constitución al gusto de los nuevos y auténticos propietarios del poder en México. En este proceso se dio el divorcio entre el PRI y el pueblo de México, que observó con desilusión cómo la tradicional clase política se entregó en brazos de una corriente ideológica diametralmente opuesta al ideario priísta, al grado que en la década de los 90 los diputados panistas alardeaban no sin razón que el programa de Salinas de Gortari era el programa del PAN. Y los trastes rotos, obviamente, los pagó el PRI.

Con disímiles grupos se formó el Partido Nacional Revolucionario y transitó con sus transformaciones con bastante éxito en el panorama nacional. Ahora, en esta etapa difícil de su existencia, la vida del PRI depende de grupos que, escindidos por el poder, seguirán en esta condición hasta que uno predomine sobre los otros. Si logran superar las diferencias podrán darle al PRI la oportunidad de subsistir. No tan sólo son asuntos de orden personal las causas de la división interna, está en juego el destino del país y los momentos por los que atraviesa México son muy difíciles. De la posición que adopte como partido en el diferendo entre el PAN y la Coalición por el Bien de Todos depende en mucho el futuro del PRI, porque la ciudadanía está atenta de este acontecer.

Desafortunadamente para esta gran institución política, magnífica y eficiente maquinaria electoral de otros años, el tiempo se agota porque su militancia más convencida está desapareciendo y no hay retoños en su interior, por lo menos no en la cantidad requerida. Si va a partir de los Estados, la refundación tendrá que considerar una reestructuración que incluya la convicción partidista de los nuevos cuadros y que estos antepongan la vocación de servicio a la deliberada búsqueda del lucro a través del poder. Que se alejen de la demagogia y de las actitudes populistas, de la consigna ciega y la obediencia acritica, porque enfrente ya no hay rebaño sino una ciudadanía a la defensiva contra la simulación y la mentira, que exige seriedad en los planteamientos y en la solución de los problemas y que ha optado por otras opciones partidistas, que tal vez no son mejores, pero no cargan a cuestas con el desprestigio que caracteriza a muchos integrantes de la tradicional clase política mexicana.

No, no toda la culpa la tiene el PRI, sólo que a este partido se la cargan porque cuando hubo baile él contrató el salón, a los músicos y a quienes disfrutaron de la velada y del banquete. Ahora le corresponde recoger las varas, y con la enseñanza que la experiencia implica, tendrá que prepararse buscando el arrojo de una juventud que se sienta comprometida con las causas populares para que se convierta en una nueva clase política que enriquezca la pluralidad, que para fortuna del país ahora existe.

2006-07-28
alfredobielma@hotmail.com